Sí, porque, casi cuarenta años escribiendo en esta columna y más o menos, las mismas quejas de alumnos y maestros. La razón es muy simple: de arriba a abajo se piensa más en el aprendizaje que en los niños, olvidando algo que es prioritario: los niños aprenden solos cuando algo les resulta placentero, de acuerdo a sus intereses y sobre todo a su condición de niños. ¿Quién enseña a un niño de cinco años a manejar y saber más de un móvil, por ejemplo, que muchos adultos?

Hace unos días le dije a mi nieto de seis años: «¿Quieres que te cuente una historia muy bonita?». Como un rayo me contestó: «¿Qué es real o virtual?». Ya sé que el aprender es objetivo de primera, pero, como dice Einstein, «si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo». Y lo mismo se sigue haciendo, en general, aunque seguro que hay maestros innovadores, pero sometidos a una tremenda e inútil burocracia, más horas extras, etc

En un supermercado escuché a una madre contarle a otra cómo su hijo argumentaba sus malas notas con esta exclamación: «¡si es que no entiendo lo que explica el profesor!», capítulo que no habría que apartar de cualquier reforma, porque los alumnos pasan a los institutos en los que se sienten perdidos desprovistos de atención en sus muchos y grandes problemas. En mi mente una reforma tal que no dejaría títere con cabeza. Empezaría por el hoy día popular casting entre los aspirantes al magisterio, porque se precisan un mínimo de cualidades para ser con mayúscula PROFESOR O MAESTRO/A. Es imprescindible ser persona intuitiva, con cualidades innatas -las adquiridas no son suficientes-, como psicología, creatividad, pedagogía, paciencia. etc. No bastaría con unas Oposiciones que sí, te dan un título, pero no crean maestros y menos profesores. Y seguiremos el próximo día con el tema de las absurdas Oposiciones, próximas a celebrarse.