Un año más celebramos el Día del Libro, día que no debe pasarnos desapercibida, ni de cara a los mayores y mucho menos de cara a nuestros niños. Muchas veces he insistido en algo altamente sabido: las primeras experiencias de la vida son definitivas para la formación de hábitos, valores y actitudes.

Así, las vivencias que experimentan en estos años respecto al lenguaje y al libro, incidirán de manera definitiva en su formación como futuros lectores. No obstante, hay que tener claro que la lectura no consiste solamente en saber qué dice en determinado texto, sino ante todo el libro debe convertirse para el niño en el gran placer de descubrir el contenido, el valor de las palabras, las respuestas a sus muchas interrogantes, el libro, aún sin que el niño sepa leer, debe ser evocador de belleza y desencadenante de un gran deseo: qué dicen sus páginas.

De ahí que la importancia de la lectura debe empezar en el hogar. Recuerdo al respecto que, cuando mis hijos eran muy pequeños y viajábamos, de una manera casi inconsciente, les hacía fijarse en cuantas cosas bellas se iban sucediendo ante nuestra vista: paisajes, salidas y puestas de sol, flores, colores, olores... El resultado, gran sensibilidad artística, cualidades y actitudes positivas hacia todas sus manifestaciones.

Aún mucho antes de que los niños lean, los padres deben convertir el hogar en espacio desde el cual vean libros, oigan hablar de ellos, puedan manipularlos, ver sus ilustraciones, adivinar sus contenidos e incluso imaginarlos y narrarlos. Hay, sin embargo, que aceptar una lamentable realidad: la imagen y los medios audiovisuales van ganando espacio al texto escrito lo cual amenaza con una manipulación de cara a los futuros lectores. La lectura es un vínculo mágico que nos transporta a otros mundos, desarrollando la creatividad e imaginación. La lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil, el escribir lo hace preciso (Bacon).