Para nadie es desconocido el vértigo del progreso en nuestra época. Todos los días asistimos al avance imparable de la tecnología al que hay que adaptarse incluso con la estrategia de la improvisación, dada la urgente necesidad de ser persona preparada y competitiva. El futuro, pues, es impredecible. No podemos imaginar a qué dificultades se van a enfrentar nuestros alumnos, cuando se incorporen al mundo del trabajo y se encuentren insertos en una sociedad cambiante a la que tendrán que aportar sugerencias, soluciones, proyectos e innovaciones.

En un mundo estático como el de generaciones pasadas, en el que sólo se desarrollaba la capacidad de supervivencia, la creatividad no hubiera tenido razón de ser, aflorando, no obstante, como necesidad de expresión y, tal vez, de comunicación. Es algo ya suficientemente aceptado por todos, que una buena dosis de la conducta creativa es aprendida. No obstante es evidente el hecho de que la eficacia creativa se desarrolla por medio de la educación y que los logros conseguidos no son pasajeros sino que perduran a lo largo de toda la vida.

Existen muchos tratados sobre creatividad acerca de cómo fomentar el pensamiento divergente, el hemisferio izquierdo, a fin de potenciar los circuitos de cambio. Podemos adquirir una amplia información teórica acerca de la creatividad, pero, al fin, con C. R. Rogers, tendríamos que concluir: Ya sabemos algo de la llamada creatividad y del hombre creativo. Algunos investigadores afirmarán que ya sabemos mucho. Pero acerca de cuáles son las causas de que éste o aquel hombre produzcan una creatividad tan genial, de esto, en realidad, sabemos poco o nada. Y temo ( y espero al mismo tiempo) que nunca lo sabremos todo. Pero lo que no podemos obviar es que el sistema de tareas que sobrepasan la capacidad de los alumnos, ahogan los posibles, seguros, deseos de aprender y desarrollar el pensamiento divergente, urgente necesidad.