Mucho (muchísimo) ha cambiado la vida en el aula en los últimos 35 años, tanto en el fondo como en la forma. La Educación -con mayúsculas- ha sufrido numerosos vaivenes en estas tres décadas y media y todo ello ha repercutido, según explican y coinciden los docentes a los que ha accedido este medio de comunicación, en la manera de adquirir conocimiento de los propios alumnos. Así, entre 1987 y 2022 el modelo educativo en España ha tenido un baile de siglas, al pasar de la antigua Ley General del 70, que el lector entenderá con más facilidad como la de la EGB, BUP y COU, a las sucesivas reformas, encabezadas por la controvertida Logse, la que dividió el modelo en Primaria, Secundaria y Bachillerato. Tras ella, un desfile de siglas en el que tienen cabida la LOCE, LOE, Lomce y Lomloe, también llamada Ley Celaá.

La fotografía de la escuela de finales de los 80 no tiene nada que ver con la actual, en plena década de los 20 del segundo milenio. La pizarra y la tiza y el entonces ocasional proyector de diapositivas han sido arrollados en este periodo por una revolución tecnológica que parece no tener freno. Además, quedan en el pasado las clases de 40 (o más) alumnos para anclarse en los 25 y 30 estudiantes, en Primaria y Secundaria, respectivamente.

En efecto, el uso de las tecnologías es uno de los cambios más visibles que se han registrado en estos 35 años. Profesores y alumnos utilizan las nuevas herramientas para enseñar, en el caso de los docentes, y aprender, en el de los estudiantes. Quienes imparten las clases, en este frenético paso hacia la digitalización, se han visto obligados a reciclar sus conocimientos y adaptarse a los nuevos soportes. En lo que respecta al alumnado, pues hay de dos tipos. Los niños de los 80 y 90 tuvieron igualmente que hacerse a las nuevas tecnologías. Sin embargo, los actuales son prácticamente nativos digitales y la pizarra, la tiza y hasta los libros les parecen un vestigio del pasado.  

Al hilo de estas nuevas herramientas digitales hay que hacer mención no solo a las pizarras digitales, sino también a los modernos proyectores, ordenadores, cableado de red, acceso a internet wifi desde cualquier punto del centro educativo y la utilización por parte del alumnado de teléfonos móviles y tablets. Desde estos últimos dispositivos, los estudiantes entregan sus trabajos y hasta se evalúan, algo que podría parecer impensable en la ‘vieja escuela’ de los años 80.

No hay que pasar por alto otro tipo de herramientas que igualmente han entrado en la vida de profesores, estudiantes y hasta las propias familias. Se trata de las plataformas y aplicaciones móviles, que permiten, además de ser una especie de tablón informativo para unos y otros, un repositorio de elementos de aprendizaje y hasta un aula virtual si así fuera necesario. Esta nueva escuela posibilita asimismo la realización de actividades basadas en audios y vídeos que sube el estudiante para que el docente evalúe.

Pero, lógicamente, esa digitalización no ha ido exclusivamente dirigida a la enseñanza y el aprendizaje. Los profesores, y los colectivos que los representan, apuntan con el dedo a las nuevas tareas a las que tienen que enfrentarse como consecuencia de la llegada de las nuevas tecnologías a colegios e institutos. Hay prácticamente una clara unanimidad al referirse a la «sobrecarga de trabajo», ya que los profesores «malgastan» su tiempo en tareas que «poco tienen que ver» con la enseñanza del conocimientos. Aluden a la gestión, tanto administrativa como docente. «Todo se digitaliza y en no pocas ocasiones» los docentes «se ven obligados a llevarse el trabajo a casa», al no disponer de tiempo suficiente para la realización de estas «tareas añadidas».

Las aulas estaban más masificadas en los años 80 y 90, sobre todo en BUP y COU. FRAMAR

Pero, ¿cuándo se produjo realmente este cambio en la manera de enseñar y gestionar por parte del profesorado? En el caso de Andalucía -hay pequeñas diferencias en función de la comunidad autónoma en la que nos encontremos- sucedió con la entrada del nuevo milenio. Es decir, hace poco más de 20 años.

Aunque en Andalucía ha sido paulatino, fue en el 2002 cuando empezaron los primeros cambios en este sentido. Uno de los hitos fue la llegada del programa Séneca, ideado para el uso de todos los centros educativos de todas las enseñanzas regladas. Con el paso de los años se ha convertido en la principal manera de comunicarse que hay en los colegios e institutos, entre profesores, estudiantes y familias.

A través de Séneca, los alumnos y sus familias pueden acceder a notificaciones tanto de las calificaciones como de las circulares, tanto de los colegios como de la administración pública. Por su parte, el claustro puede gestionar el día a día del aula. Es decir, que los docentes se valen del Séneca para registrarlo todo, desde las calificaciones diarias y las evaluaciones de las asignaturas hasta los boletines de notas, las faltas de asistencia, los preceptivos informes de esas faltas y los partes por conductas contrarias a la convivencia.

Toda una revolución tecnológica que deja atrás -y muy en el pasado, aunque no hayan pasado tantos años- a los cartones de distintos colores para dar a conocer a los padres las calificaciones obtenidas en cada trimestre y a final de curso. En las décadas de los 80 y 90 y en los primeros años de este milenio, los padres solo conocían que sus hijos habían tenido algún tipo de amonestación bien a través de una llamada telefónica, que solo sucedía en los casos más graves, o en las reuniones que mantenía el profesor con las familias a título particular. 

"Los docentes son críticos con la sobrecarga de trabajo tras la digitalización"

En estos últimos años, además, han irrumpido las aplicaciones a las que nos referíamos con anterioridad. Es el caso de iSéneca o iPasen para implementar los canales de comunicación entre unos y otros, lo que ha obligado tanto a los docentes como a los padres a ir aprendiendo y digitalizarse.

Otro golpe brusco en este proceso de digitalización, así como en la dotación y aprendizaje de recursos tecnológicos llegó con la pandemia Covid-19 y, sobre todo, con el decreto de estado de alarma y confinamiento domiciliario, que tuvo lugar hace casi dos años, en marzo de 2020. Fue en ese momento cuando la forma de enseñar y aprender tuvo que virar obligatoriamente hacia lo digital, hasta el punto de que tanto los temarios se impartían a través de plataformas digitales y hasta el alumnado tuvo que ser evaluado a mediante estas herramientas. Un aprendizaje «a golpe de Covid», como así lo expresan algunos de los profesores y representantes de estos consultados por este periódico para realizar este análisis sobre el cambio en la Educación en los últimos 35 años.

Ha habido, sin embargo, muchos debes en este sentido a la hora de acometer la reforma digitalizadora del aula, muchos de ellos relacionados con el presupuesto. Uno de ellos se encuentra relacionado directamente con la formación de los profesores en el uso de estas nuevas tecnologías. Pero hay más, como es la llegada de la fibra óptica a los centros educativos, que no ha sido posible hasta hace relativamente pocos años. Los docentes también aluden al hecho de que los colegios e institutos no han estado preparados para la puesta en marcha de sistema como el citado Séneca, que «se colgaba» de manera continuada, sobre todo en sus primeros años, como consecuencias de los fallos de las conexiones a internet. 

Los intereses del alumnado han evolucionado como los de la sociedad. Francisco Gonzalez

Una ley tras otra

Pero, una vez abordado el sustancial cambio que ha habido en la manera de enseñar, aprender y hasta de gestionar, hagamos un repaso de cómo ha ido avanzando -«involucionando» para un sector numeroso del profesorado- el modelo y el sistema educativo en España desde aquella ley general de los 70. Una de las quejas que trasmiten los propios docentes -e igualmente parece haber consenso entre ellos- es que más allá de la necesidad de realizar estas reformas educativas, los cambios han venido condicionados por el color político en el Gobierno.

"El programa Séneca, en el 2002, supone un hito en la forma de comunicarse"

En este sentido, desde 1990, cuando la Logse enterró a la antigua EGB y el BUP para reemplazarlos por Primaria, Secundaria (ESO) y Bachillerato, la estructura de los cursos ha permanecido estable. Los cambios han salpicado más bien a otros aspectos, como es el caso de la enseñanza de Religión y Educación para la Ciudadanía, o el porcentaje de las materias que fija el Ministerio de Educación en aquellas comunidades autónomas en las que existe una lengua cooficial, caso de Galicia, País Vasco o Cataluña, que con la última variación pasa del 55 al 50%.

Actualmente, además de la Ley Celaá están en vigor, aunque con cambios, la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (LODE) de 1985, y la Ley Orgánica de la Educación (LOE) de 2006.

Siguiendo un orden cronológico, en 1970, la Ley General de la Educación (LGE), ya derogada, fue la que estructuró la educación en EGB (la obligatoria hasta los 14 años), BUP, COU y Formación Profesional. Diez años después de la LGE, llegó la Ley Orgánica del Estatuto de Centro Escolares (Loece), igualmente derogada como la anterior. Esta, por su parte, fue la que introdujo el modelo democrático en la organización de los centros y se regularon las asociaciones de padres. Actualmente, este último colectivo sufrió un cambio en la nomenclatura para hacerlo más inclusivo a través de asociaciones de madres y padres de alumnos, las AMPAs.

Unos niños entrando al colegio hace pocas semanas. FRANCISCO GONZALEZ

En 1985, justo dos años antes de nuestro periodo de estudio, fue aprobada la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (LODE), en vigor con cambios. Esta fue la que posibilitó la creación de los consejos escolares y sustituyó las subvenciones a colegios privados por el sistema de conciertos.

Ya en 1990 fue cuando entró en marcha la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo (Logse), también derogada. En su caso concreto, fue la que estructuró la educación en Primaria, Secundaria o ESO (la obligatoria hasta los 16 años) y Bachillerato. En 1995 fue el turno de la Ley Orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los centros docentes (Lopeg), que, entre otras cosas, fue la que hizo que los mencionados colegios concertados admitieran a alumnos de minorías sociales.

Nuevos cambios y leyes llegaron con la entrada del nuevo milenio. Así, el 2002 fue el año de la aprobación de la Ley Orgánica de Calidad de la Enseñanza (LOCE). Esta introdujo itinerarios en la ESO y Bachillerato, creó la Prueba General de Bachillerato y estableció que la Religión o su versión laica contaran para nota. La Ley Orgánica de la Educación (LOE) llegó en 2006. Esta, en vigor pero con cambios, fue la que creó Educación para la Ciudadanía, dejó la Religión como optativa y fijó en el 55 % las materias comunes en comunidades autónomas con lengua cooficial.

Desde el 2006, por tanto, ha habido dos leyes más que han alterado el sistema de la Educación en España. Así, en el 2013 fue aprobada la Ley Orgánica de Mejora de Calidad Educativa (LOMCE), también conocida como la Ley Wert. Esta fue la que eliminó Educación para la Ciudadanía, introdujo reválidas en cada etapa y abrió la puerta de los conciertos a centros que segregan por sexo. La última en aprobarse fue la Ley Orgánica de modificación de la Ley Orgánica de Educación (Lomloe), también llamada Ley Celaá, que está en vigor. Entre otras medidas, fue la que hizo que el castellano dejara de ser lengua vehicular.