De entre las muchas definiciones sobre educación que he leído me quedé con una de Ginés de los Ríos que dice: «La educación es la herramienta que ayuda a las personas a gobernar con sentido sus propias vidas». Me gusta especialmente este concepto de educación porque coincide plenamente con el mío. Desde mis primeros pasos en el magisterio comprendí algo trascendente que he tratado de seguir fielmente a lo largo de mi vida profesional: educar es algo más que verter en los alumnos contenidos conceptuales. Educar ha sido siempre para mí el arte de abrir y despertar mentes para que, desde la autonomía y libertad, puedan regir y gobernar sus propias vidas. Y desde esta concepción el maestro deja de ser un mero instructor para convertirse en el guía que, marchando a la cabeza, despeja caminos, facilitando nuevos y dilatados horizontes. Pero he aquí que esta tarea lleva implícita una urgencia: ir dando respuestas a las demandas de la sociedad para formar individuos críticos y autónomos ante todo.

Hasta hace poco estas conveniencias se cifraban, como mucho, en proporcionar al alumnado el lenguaje audiovisual, en especial el televisivo. Como un instrumento potente de conformación de la realidad y de penetración cultural, la escuela debía intentar formar telespectadores responsables y críticos. Y llegaron a los centros televisores y vídeos que, poco a poco, se incorporaron a la cotidianidad de las clases y que, de alguna manera, ayudaron a hacer los aprendizajes más actuales y significativos. Ahora les toca el turno a los medios informáticos. Impregnados de un toque intelectual y científico, este medio goza del apoyo de todos los sectores de la sociedad. Ahora no se trata de formar ciudadanos críticos solamente sino, ante todo, competentes y competitivos socialmente, algo que no se puede dar por aprendido de la noche a la mañana, obligando a los maestros a trabajar, en horarios extras, telemáticamente.