Cada vez más, padres y madres apuestan por una crianza sin castigos. Se suele pensar que este tipo de educación está libre de normas, de límites y de consecuencias. No es así. Los actos que cometen tanto los niños como los adultos conllevan ciertas consecuencias.

El objetivo de aplicar consecuencias ante sus actos no es hacerles sentir mal, ni imponer una pena desproporcionada e ilógica como hace el castigo, sino que el objetivo es hacerles entender poco a poco que sus actos siempre tienen consecuencias sobre los demás. Las consecuencias buscan un aprendizaje, los castigos son solo punitivos.

Como ya te contábamos en este artículolas consecuencias pueden diferenciarse en naturales o en lógicas. Las naturales son aquellas que suceden por una causa-efecto natural. Por ejemplo, si nuestro hijo no hace los deberes, la consecuencia natural es que al día siguiente no los va a llevar hechos al cole. En las consecuencias lógicas intervenimos los padres para guiarles y ayudarles a reflexionar sobre sus actos. Para poder aplicarlas, deben cumplir estos puntos:

  • Han de estar relacionadas con la conducta que queremos corregir.
  • Tenemos que haberlas comentado y llegado a un acuerdo antes con el hijo.
  • Han de ser respetuosas con ellos.
  • Han de ser proporcionadas a la conducta que se quiere corregir.

Aunque mediante nuestra intervención los hijos van a ir aprendiendo y asimilando sus conductas, debemos acercarnos a la raíz del problema más allá de aplicar consecuencias lógicas. ¿Por qué nuestro hijo tiene esa emoción? ¿Tiene sus necesidades cubiertas? ¿Por qué expresa su rabia, por ejemplo, contestándonos mal?

Os dejamos con algunos ejemplos prácticos donde podemos sustituir un castigo desproporcionado por una consecuencia lógica.

1. ¿Qué consecuencia lógica podemos aplicar cuando nuestro hijo pequeño da una mala contestación, con mal tono o se enfrenta a nosotros?

Desde la infancia hasta la adolescencia nos encontramos a veces que nuestros hijos nos contestan mal, nos insultan o quieren enfrentarse a nosotros. Puede que quizás se nos venga a la mente que ante esta falta de respeto debemos mandarles directamente a su cuarto castigados. Pero podemos hacerle ver que hay que cambiar esos malos gestos desde las consecuencias lógicas de sus actos.

Silvia Álava, psicóloga infanto-juvenil, nos cuenta que podemos plantear a nuestros hijos que al habernos tratado mal, como consecuencia no nos apetece estar con ellos durante un ratito. “Tienes que entender que ahora mismo y durante un ratito, no me apetece hablar contigo porque me has insultado y no me has tratado con respeto. Entiende que yo necesito un espacio para que se me pase”, nos cuenta Silvia sobre cómo abordarlo con ellos. Es posible que, si nuestro hijo está enfadado, no reaccione ante nuestras palabras. Por eso, debemos darles tiempo también a ellos para que se calmen y puedan entender nuestra perspectiva.

Asimismo, les podemos plantear una comparativa para que entiendan el daño que nos ha hecho al faltarnos al respeto. “Imagínate que un amigo en el colegio te trata mal, te empuja y te pega. Luego te dice: vente a jugar conmigo. ¿Te apetece jugar con él? No, verdad. Necesitas un tiempo hasta que se pase y te pida perdón”, ejemplifica Álava. De esta forma, permitimos que los hijos reflexionen sobre sus actos y como nos dice Álava, que “vayan aprendiendo la dinámica del mundo, las reglas no escritas de la sociedad”.

2. ¿Qué consecuencia lógica podemos aplicar si les digo de hacer algo, lo repito mil veces y no lo hacen? (Si no hacen sus deberes, si no se quieren duchar, si no recogen su habitación…)

Nos habremos encontrado en esta situación. Les decimos a nuestros hijos: “Cariño, ¿puedes recoger tu habitación?” Pasa un tiempo y vemos que no lo ha hecho. O incluso se lo hemos repetido mil veces y no nos ha hecho caso. Si no hacen sus deberes, como consecuencia natural, al día siguiente irán a clase sin haberlos hecho; si no se quieren duchar, no irán limpios al día siguiente; y si no recogen su habitación, la tendrán desordenada y vivirán en un pequeño caos. ¿Cómo podemos actuar los adultos para que vayan aprendiendo que tienen que hacer sus tareas sin imponerles castigos?

Silvia ve que estos escenarios los podemos plantear así: podemos explicarles que, al no haber hecho la tarea que tenían pendiente, se les ha acabado el tiempo para hacer la tarea siguiente que tenían muchas más ganas de hacer (jugar, leer, ver la tele…). “Cuando yo te digo una cosa y no lo haces a la primera, ¿sabes lo que pasa? Que luego no nos queda tiempo para jugar, para poner la tele, para hacer algo juntos. Ahora no da tiempo, porque lo perdimos cuando lo gastaste no recogiendo la habitación, no queriendo ir a la ducha”. De esta manera, Álava explica que no se trata del “como no me has obedecido, te quedas sin la Tablet”, sino que es una consecuencia lógica por usar su tiempo de juego y de diversión en negarse a hacer las tareas: hemos usado todo el tiempo esperando a que recogieras la habitación y hoy no podremos jugar con la Tablet porque es la hora de dormir.

Nos explica la psicóloga que si sabemos que les cuesta realizar estas tareas (recoger, hacer los deberes…), vamos a poner otra más agradable tras ellas, y explicarles “desde la calma y la serenidad” que para hacer estas últimas nos tiene que haber dado tiempo a realizar las más duras antes. “Tiene que saber que tiene que tener los deberes hechos para que haya tiempo para la Tablet, para encender la tele…”. Al fin y al cabo, se trata de haber hablado con ellos antes y haber consensuado que, para que dé tiempo a coger los dispositivos electrónicos, se debe haber hecho las tareas antes.

Álava también señala que podemos usar la emoción de la sorpresa para que ellos vayan entiendo la lógica de sus actos. “¡Aaaaah! Pero si yo pensaba que esto ya no lo querías hacer, como no hiciste los deberes y teníamos muy claro que para hacer esto tenías que tener hecho los deberes…”

Asimismo, Álava remarca que, para que sea efectivo esto, en el día a día tenemos que prestar más atención cuando están haciendo una tarea que cuando no la están haciendo. Es decir, cuando decimos a nuestro hijo que recoja la habitación y lo hace, nosotros nos solemos ir a hacer otra cosa; por el contrario, cuando no quiere recogerla, nos quedamos ahí con él y le decimos “recoge”, “te he dicho que recojas”. Por eso, debemos poner nuestra atención más en positivo (nos quedamos con él cuando recoge su habitación) y no tanto en negativo (cuando no lo hace, no debemos prestarles la misma atención y repetirles mil veces “recógela”).

3. ¿Qué consecuencia podemos aplicar si pega a su hermano u a otro niño? 

Cuando un niño pega a alguien, esa otra persona, ya sea otro niño o un hermano, se va a sentir molesto, triste y dolorido. Lo primero que debemos hacer como padres es separarles y después les hablamos para que entiendan la situación en la que se encuentran. “A nadie nos gusta que nos peguen. ¿A ti te gustan que te peguen? No. Cuando tú pegas, es normal que tu amigo no quiera estar contigo”, ejemplifica Álava.

Es decir, la consecuencia lógica es que nuestro hijo no va a poder estar con su amigo durante un tiempo hasta que a la otra persona se le pase su emoción y pueda perdonarle. Si pega a su hermano, como padres y madres podemos decirle que se va a quedar un rato sin jugar con nosotros porque vamos a estar jugando con su hermano que está dolido y no quiere estar con él durante un tiempo.

Las consecuencias deben ir acompañadas con pedir perdón. “Perdonar implica que yo soy consciente de que te he hecho daño. Que no sea el pedir perdón porque así de esta forma ya te quitas las consecuencias, pedir perdón es para que aprendan cómo aliviamos el malestar de esa persona”, contempla Álava.

No hay que olvidar que los niños pequeños no tienen desarrollado por completo la parte de su cerebro que controla sus impulsos, por lo que es normal en su desarrollo natural que tengan impulsos de pegar o morder tanto a nosotros como padres y madres como a sus pares.

4. En cuanto a las pantallas, ¿cómo cambiar el castigo de “si te pasas de la hora, te quedas sin Tablet” a una consecuencia lógica?

Pongamos en situación que nuestro hijo ha estado con los videojuegos más de la cuenta o se ha quedado viendo la tele más tiempo del que tiene establecido.

Para que esto no vuelva a suceder, Álava señala que debemos explicarles claramente cuál es el horario de uso de las pantallas y su tiempo máximo. Asimismo, podemos avisarles cuando faltan cinco minutos para que estén con preaviso y sepan que deben dejarlo. “Y si se pasan de la hora, ahí sí que podemos decirles: confié en ti, tú me dijiste que lo ibas a apagar”. Es decir, en ese momento les explicamos nuestra emoción de decepción al ver que ha traicionado nuestra confianza. Como consecuencia, les podemos señalar que al día siguiente tendrám la Tablet, pero a su tiempo habitual se les restará el tiempo que estuvieron jugando de más.

5. ¿Y si suspende asignaturas por no haber dado un palo al agua?

Seguro que alguna vez hemos escuchado: hasta que no apruebes las asignaturas te quedas sin salir de casa, no vas a ver a tus amigos. Suena ilógico privar a alguien de necesidades como socializar por haber suspendido.

“No es lo mismo que haya sido un examen más difícil y no pasa nada por suspenderlo, frente al típico ‘bah, ya me lo sé’”, aclara Álava. Por eso, primero debemos averiguar junto a ellos por qué ha suspendido. En el caso de que nuestros hijos no hayan querido estudiar, les explicamos que van a tener que invertir más tiempo en sus estudios frente a lo que lo hacían anteriormente. Esto no significa privarle de hacer excursiones, tener vacaciones o salir con sus amigos, sino que se trata de invertir más tiempo de su día a día en estudiar. “No lo has estudiado cuando tocaba, ahora toca estudiarlo en el tiempo que tenías que hacer otra cosa. Si el hijo quiere coger la tablet, plantearle con lógica y coherencia: ‘no, a ti te toca estudiar más, ahora ese tiempo que estabas con las pantallas, lo tienes que invertir en estudiar’”, explica Álava.

6. Mi hijo se quita el cinturón o mi hijo me suelta la mano al cruzar. ¿Debo aplicar consecuencias o poner un límite?

Hay que hacer una distinción entre diferentes situaciones: las que conllevan peligro para el niño y las que no. Por ejemplo, en los momentos en los que nuestro hijo no quiere montarse en la silla del coche o quiere cruzar sin cogernos de la mano, reaccionamos, le damos la mano o le colocamos en la silla, y después les explicamos por qué es peligroso ir en el coche sin la silla o sin el cinturón. “Cuando tu vida corre peligro primero te salvo, y luego educamos”, señala Álava. Aunque nuestros hijos hagan pataletas y quieran ir libres, hay que establecer un límite muy claro que ellos también deben conocer. Con poca edad, la capacidad de razonamiento de ese niño o niña no está desarrollada, por lo que la explicación tampoco les servirá. Por eso, como sentencia Álava, “ante todo, protegerles ante estos peligros, aunque no les apetezcan darnos la mano”.