Me parece indispensable, dejando hoy de lado el tema de la pandemia, analizar brevemente qué está ocurriendo para que los alumnos rechacen lo que en otros tiempos se aceptaba como normal en una escuela. Hace años que todos nos quejamos del poco rendimiento de los alumnos, así como de la indisciplina que campa por sus respetos en los centros y ante la cual los profesores sufren de impotencia. Ante tamaño caos, se buscan causas y remedios, pero educar hoy es todo un reto que pasa por un profundo conocer y sincerarnos ante lo cual no podemos negar la evidencia del tremendo desfase que existe entre la realidad de lo que buscan, quieren, son, en definitiva los alumnos y lo que seguimos ofertando para su aprendizaje. Es decir, no hay en absoluto correspondencia entre la oferta y la demanda. Nuestros alumnos de hoy, a las nueve años, ya llevan consigo un teléfono móvil y cada vez a más temprana edad, dominan con gran destreza toda clase de juegos interactivos, lo mismo en vídeo consolas como en pantallas de internet.

La sociedad de la información en general y las nuevas tecnologías en particular inciden de manera significativa en todos los niveles del mundo educativo. Las nuevas generaciones van asimilando de manera natural esta nueva cultura que se va conformando y que para nosotros conlleva muchas veces importantes esfuerzos de formación, de adaptación de «desaprender» muchos hábitos, costumbres, maneras que ahora «se hacen de otra forma» o que simplemente ya no sirven. Mientras tanto, en las escuelas, en general, siguen funcionando las tareas, los rutinarios controles de conocimientos, los coloreados, etc y, salvo honrosas excepciones, las salas de informática sólo sirven para repetir los tradicionales esquemas de transmisión de conocimientos. Mucho más sobre lo que reflexionar, pero empecemos por olvidar los alumnos que fuimos, y los que hoy son.