Usted es docente pero también escritor. Tiene en el mercado varios libros, la mayoría, novela negra. ¿Qué atracción encuentra en este género?

No voy a decir que aprendí a leer con un libro de misterio, pero casi. Entre mis primeras lecturas se encuentran las aventuras de Los cinco de Enid Blyton o una antología de los relatos detectivescos de Edgar Allan Poe que un familiar me regaló unas Navidades. Luego, cuando maduré como lector, descubrí la novela negra, que ahonda en las causas del crimen, radiografía la sociedad en la que el escritor vive y realiza una denuncia de los males que la aquejan. Me gusta este género porque da mucho de sí: puede ser una simple novela policiaca, entretenida y absorbente, que atrapa al lector (lo que no es poco, por cierto) o puede ser la excusa perfecta, porque los temas tratados en ella se lo permiten, para abordar una reflexión sobre la maldad, sobre el lado oscuro de la condición humana, sobre la frágil línea que, a veces, separa el bien del mal.

En este tipo de género es fundamental el personaje-detective. Usted ha creado a Homero, un inspector cordobés. ¿Tira la tierra a la hora de escribir?

Homero Pérez es mi hijo literario. Iba para experto en lenguas clásicas cuando se le cruza por el camino el comisario Alejo, quien lo convence para que se dedique a investigar crímenes. He elegido Córdoba como escenario Porque es la ciudad que mejor conozco y he procurado siempre que el lector identifique costumbres, calles y objetos, y que estos estén presentes de manera natural para otorgar mayor verosimilitud a la trama. Por otra parte, siempre he pensado que Córdoba es un excelente espacio literario para situar una novela negra o policíaca. También he localizado las tramas de algunas de mis obras en mi comarca natal, Los Pedroches.

Como profesor de Lengua Castellana y Literatura, ¿intenta transmitir a su alumnado la querencia por la lectura y la escritura más allá del mero contenido curricular?

Creo que la mejor escuela para un escritor es la lectura. leer, leer y leer te permite evitar faltas de ortografía, conocer las estructuras sintácticas, dominar las técnicas narrativas, los estilos… Ese amor a la le lectura y a la escritura intento transmitírselo a mi alumnado en todas mis clases, pero procurando no agobiarlo, porque la adolescencia es una etapa de exploración, en la que se va conformando la personalidad. Yo estoy a su lado para asesorarlos si me piden que les recomiende una lectura o para invitarlos a que lean a tal autor o autora, para corregirles un poema o relato que han escrito o para animarles a que lo hagan y a que participen en concursos literarios.

¿Conocen sus alumnos su faceta de escritor? ¿Cómo se lo toman, se interesan por las obras que ha escrito?

De vez en cuando, algunos me dicen que han visto un libro en el escaparate de una librería con mi nombre. Entonces les contento, entre risas, que no soy yo, que se trata de un caso de homonimia. Tengo que reconocer que, por una cuestión de pudor, no me gusta hablar en el aula de mi faceta de escritor. En general, sí saben que, además de ser su profesor me dedico a escribir en mis ratos libres y me preguntan sobre los argumentos de las obras.