Sinceramente confieso cómo para mí el comienzo de curso era algo que me ilusionaba y esperaba con expectación y preparación. Ahora, tras muchos cursos empezados y terminados, vuelvo, no obstante a sentirme integrada en este día nuevo para profesores, alumnos y padres, y creo que todos deberíamos hacer una puesta a punto, dada la trascendencia de este encuentro, al que los alumnos acuden entre ilusionados y temerosos, con una interrogante a flor de piel: ¿Cómo será el nuevo maestro? También los maestros indagan y se preguntan: ¿Cómo serán los nuevos alumnos? Y los padres, desde las rejas del centro, observan y sacan conclusiones, tal vez más que precipitadas, ante cualquier gesto del maestro que preside la fila de la que forman parte sus hijos. Efectivamente es mucho lo que nos jugamos en este primer día, y por eso que no podemos dejarlo a la improvisación.

Yo diría que de este primer encuentro puede depender en gran parte la trayectoria general del curso, sobre todo en lo que a disciplina se refiere. De ahí que los alumnos en ningún momento deban percibir debilidad, dejadez, desorden, etc. por parte de su nuevo maestro. Nada de mandarlos a dibujar o cosas parecidas. Es imprescindible tener previstas estrategias a seguir. Por ejemplo, que se presenten -primero el maestro- con nombre y apellidos, que manifiesten gustos y aficiones, etc. Seguidamente se les puede sugerir que vayan, voluntariamente, contando algo acerca de sus vacaciones, etc. Jamás por ser el primer día se les pueden hacer concesiones que impliquen dejarlos a su libre albedrío. Hay que saber mantener el pulso que les haga sentirse cómodos, felices, al tiempo que perciban cómo el aula es un lugar de encuentro y trabajo donde todos deben respetarse, escucharse. La mirada de los niños es faro en todas direcciones y el resultado suma o resta para evaluar a su maestro y compañeros.