Opinión | OPINIÓN
Málaga, una ciudad que se gusta a sí misma
En el seno de Málaga crece un sentimiento de orgullo colectivo que antes no existía pero que ahora es un factor determinante de su atractivo

Calle Larios de Málaga.
En los últimos 25 o 30 años, Málaga ha dado un estirón que la ha lanzado al estrellato. Su tejido económico se ha fortalecido combinando el sector servicios con un gran dinamismo empresarial y la consolidación de un ecosistema tecnológico único. Es ahora un referente para todo el país y un polo de atracción de trabajadores, de turistas, de empresas y de inversiones.
La capital de la Costa del Sol ha llegado hasta aquí, ha reconstruido su personalidad, no por azar, sino gracias a la implantación de un modelo de ciudad cuidadosamente diseñado desde finales del siglo pasado, en el que ha sido clave la convergencia de esfuerzos y voluntades entre las diferentes administraciones públicas. Su apuesta es sencilla y conocida: la cultura, el turismo y la tecnología.
Pero sobre todo, ha conseguido proyectar una imagen impecable hacia el exterior. Se gusta a sí misma. Ha florecido en su seno un sentimiento de orgullo colectivo que antes no existía pero que ahora es un factor determinante de su atractivo, un valor inmaterial que dispara su capacidad de transmitir emociones positivas, de contagiar entusiasmo. En definitiva, es el agente invisible que hace que la ciudad se erija como un exponente claro de lo que el arquitecto malagueño Salvador Moreno Peralta ha acuñado en las sesiones preparativas en Málaga del Foro Económico y y Social del Mediterráneo como «la industria del vivir».
Hay consenso en la ciudad en atribuir especialmente esta evolución, la de Málaga como ejemplo de éxito urbano, al alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, que hace un mes cumplió 25 años al frente del ayuntamiento. Es una figura que trasciende ideologías: él va a lo suyo, su proyecto vital es Málaga. Y por esto se le elogia constantemente y de paso se alimenta el tópico de alcalde 24/7, incansable, imparable, incombustible y feliz. Pero es un arma de doble filo. Además del éxito, se le imputa la responsabilidad en cualquier problema que surja. Es algo consustancial al hecho de ser alcalde.
Obstáculos a superar
Málaga, que vio en su modelo una gran ventana de oportunidad, se encuentra ahora con varios obstáculos que pueden frenar su progreso y que además son pasto de un creciente descontento ciudadano. En primer lugar, necesita planificar por dónde crecer, es decir, cómo expandirse, dar el salto hacia el área metropolitana, cómo polinizar su entorno con su modelo. En segundo lugar, debe desbloquear la alarmante falta de vivienda y su disparatado encarecimiento en una ciudad donde curiosamente la renta per cápita es de las más bajas del país. Y, en tercer lugar, la necesidad de una movilidad interurbana eficiente que le permita crecer.
Es una carrera contrarreloj ante ese malestar ciudadano que está subiendo de tono fundamentalmente por la proliferación de pisos turísticos y por los descabellados precios de la vivienda que obligan a muchos malagueños a salir fuera de su ciudad. De cómo se planteen las soluciones a este trípode de incógnitas dependerá el desarrollo y la calidad de vida de la capital malagueña, e incluso ese orgulloso sentido de pertenencia que hace que los malagueños vean sobre todo el lado bueno de las cosas.
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