Es difícil encontrar análisis económicos que muestren siquiera un poco de optimismo en los próximos meses. Si acaso, descendiendo a lo sectorial, se espera una buena temporada turística de verano -hay incluso estudios que apuntan a que estamos a la cabeza de las reservas hoteleras sobre Francia o incluso Estados Unidos-. Muy bien. Es una de nuestras «fortalezas» habituales.
Pero, elevando la mirada, las dificultades se sobreponen en el cuadro de mandos hasta reflejar, como dijo Ángel Estrada, uno de los directores generales del Banco de España, que hemos sido la economía de la eurozona que peor lo ha hecho. Por supuesto, la afirmación levantó el previsible rechazo oficial. Pero los datos, la realidad, son tozudos. Vamos por detrás por muchísimos motivos y cualquier organismo coincide en ello. Como la Comisión Europea, advirtiendo de la falta de efectividad de los fondos concedidos a España.
Y es que, al margen del extraordinario ruido político que trata de marcar las agendas diarias, muy a menudo con cuestiones directamente absurdas para el tratamiento que se les da, la economía española no tira como podría y debería. Es la misma vieja historia: reformas que no son tales, medidas que no llegan y tiempo que siempre se pierde.