Vivimos momentos excepcionales que requieren respuestas excepcionales. Nadie nos dejó un manual sobre cómo afrontar una pandemia. Nadie nos preparó para asistir a la mayor revolución tecnológica de la historia de la humanidad. Nos toca construir el camino porque no está trazado.

Para construir ese camino necesitamos recordar quiénes somos, de dónde venimos y qué queremos conseguir. Tengo 57 años. Nací en Madrid en 1963 y a lo largo de mi vida he visto a mi país conseguir metas increíbles. Los últimos cuarenta años de España son, simplemente, los mejores de nuestra historia ya casi centenaria. Durante estos años hemos multiplicado por catorce veces el PIB per cápita; hemos aumentado nuestra población de 36,7 a 47,4 millones de personas; hemos alcanzado los 82 años de esperanza de vida (la tercera más alta del mundo); la mortalidad infantil se sitúa en 2,7 por cada mil nacimientos (una de las mas bajas); tenemos el tercer mejor sistema sanitario; hemos casi triplicado el parque de automóviles y el número de pasajeros que visitan nuestros puertos. Y, si me lo permiten, tenemos una de las mejores redes digitales de telecomunicaciones del mundo.

Somos unos de los países más solidarios, líderes destacados en donación de órganos y una referencia indiscutida en tasas de vacunación. Telefónica, la compañía que tengo el honor de presidir, ha pasado en apenas unas décadas de ser un operador nacional de tamaño medio a ser una multinacional presente en más de veinte países y contar más de cien mil personas. Lo que a Estados Unidos le costó 88 años y a Reino Unido 118, España lo ha hecho en apenas cuatro décadas.

Las cosas no suceden porque sí. Nada de esto ha ocurrido por arte de magia. La llegada de la democracia en 1977 y la entrada en Europa en 1985 cambiaron nuestra historia. Pero hubo algo más. Por primera vez empezamos a utilizar todo nuestro potencial. La tasa de alfabetización pasó del 91 al 99 por ciento y el número de universitarios se multiplicó por nueve. Hemos llegado hasta aquí porque entendimos que el futuro se construía entre todos, sin miedo a avanzar, innovando para cambiar a mejor, para conservar y expandir conocimiento.

Es cierto que coincide la salida de una pandemia con la mayor revolución tecnológica. Es cierto que la era de la Inteligencia Artificial lo va a cambiar todo.

Pero es igualmente verdad que estamos bien preparados. Nuestro país sale de los mejores cuarenta años de su historia. Es la primera revolución tecnológica que nos encuentra en vanguardia. Europa ha dado un paso al frente en su proyecto de integración y los fondos Next Generation EU nos ofrecen la oportunidad de prepararnos para los próximos cincuenta años.

El desafío sigue siendo enorme y nos corresponde imaginar, diseñar y construir lo que queremos ser, y tender los puentes hasta allí. Con confianza, decisión y anticipación. Es hora de valores y no solo de tecnología. Es el tiempo de las personas. Las personas son el gran desafío. Somos las personas y no las máquinas quienes hemos de decidir hacia dónde gira este nuevo y acelerado mundo digital donde ya no hay una recámara analógica donde resguardarnos, y que presenta la paradoja de tenernos que adentrar animados en un terreno lleno de oportunidades y, al tiempo, saber preservar muchas cosas que no pueden ni deben ser digitalizadas: un abrazo, una mirada cómplice, una mano en el hombro o una sonrisa. Es el tiempo de las personas en la era del algoritmo.

Es el momento perfecto para seguir haciendo las cosas juntos y recordar que casi siempre debemos soñar lo imposible antes de poderlo alcanzar.