Atrapado entre la necesidad de combatir una inflación disparada y el nuevo riesgo para la recuperación económica que supone la variante ómicron del coronavirus, el Banco Central Europeo (BCE) ha decidido este jueves ceñirse al guion previsto. Como ya adelantó en octubre, la autoridad monetaria de la zona euro ha anunciado que el próximo marzo pondrá fin al programa excepcional de compra de deuda por la pandemia (PEPP) lanzado en marzo del año pasado y dotado con 1,85 billones de euros (de los que ya se han desembolsado 1,56 billones). A cambio, aumentará las adquisiciones del programa lanzado a mediados de 2014 (APP) para evitar que las primas de riesgo se disparen en primavera y ha dejado los tipos de interés en los mínimos históricos en que llevan instalados desde 2016. 

"El consejo de gobierno considera que los avances en la recuperación económica y hacia su meta de inflación a medio plazo permiten una reducción paso a paso del ritmo de sus compras de activos durante los próximos trimestres. Pero aún se necesita una política monetaria acomodaticia para que la inflación se estabilice en la meta del 2% a medio plazo. Ante la incertidumbre actual, el consejo de gobierno necesita mantener la flexibilidad y la opcionalidad en la conducción de la política monetaria", ha argumentado el máximo órgano de gobierno de la institución en un comunicado.

Las compras del APP, así, pasarán a partir de marzo de 20.000 a 40.000 millones mensuales en el segundo trimestre de 2022, para luego bajar a 30.000 millones al mes en el tercer trimestre y volver a 20.000 millones a partir de octubre. En noviembre, el BCE compró 88.085 millones de deuda (68.085 millones solo con el PEPP).

Entre la inflación y la omicron

Los bancos centrales en general, y el BCE en particular por su mandato (solo tiene encomendado lograr que los precios estén en el 2% a medio plazo), se enfrentan actualmente a una situación endiablada. Con la recuperación económica dando síntomas de debilidad, encaran por un lado la amenaza de la variante ómicron, que podría frenar aún más la actividad al provocar nuevas restricciones para contener la pandemia. Pero frente al aliciente para mantener los estímulos que ello podría suponer, las autoridades monetarias tienen delante el monstruo de una inflación en unas cotas no vistas en décadas, cuando lograr la estabilidad de precios es, precisamente, su principal razón de ser.

El BCE está bajo presión de los mercados por la comparación con la Reserva Federal, que este miércoles anunció la reducción de las compras de deuda para darles fin en marzo y tres probables subidas de tipos entre mediados y finales de 2022 (del 0-0,25% al 0,9%). La situación de las dos áreas económicas no es, con todo, exactamente igual. La economía estadounidense recuperó su nivel de PIB previo a la pandemia en el segundo trimestre de este año, mientras que la zona euro va con más retraso.

Pendientes de los precios 

Y lo que es más relevante para los bancos centrales: la inflación en Estados Unidos ascendió en noviembre al 6,8% (la más alta desde 1982), mientras que la subyacente (la que no tiene en cuenta los componentes más volátiles de la energía y los alimentos frescos) se situó en el 4,9%, lejos del 2% objetivo. En la zona euro, por su parte, está en el 4,9% (las tasa más alta desde que eurostat empezó a medirla en 1997), con la subyacente en el 2,6%. En España, por su parte, subió al 5,5% el mes pasado (máximo desde septiembre de 1992), con la subyacente en el 1,7%.