Las grandes fortunas suelen quejarse de lo caro que resulta ser rico. Ignoran las estrecheces que abundan en la banda salarial más baja del mercado laboral. El barcelonés Joaquín Encinas, de 59 años, las conoce bien.

Trabaja de recepcionista en un hospital de L’Hospitalet y gana el Salario Mínimo Interprofesional, que muchos meses no le alcanza ni para llegar a mitad de mes.

Los números son implacables: la hipoteca de la vivienda que comparte con su pareja le resta 500 euros, el pago de los préstamos que debe se lleva otro buen pellizco, y el resto va a alimentación. Su compañera cobra una pequeña pensión de minusvalía y con esta economía de guerra han de apañarse los dos.

«Te adaptas, pero no siempre puedes. A veces me ha tocado pedir prestado a mis hijos, que no es agradable. Tampoco lo es ir a Cáritas a por comida, y he tenido que hacerlo. Sé lo que es encontrar la nevera vacía y tener que pedir para comer», confiesa.

En estas condiciones, para Joaquín tener 50 euros más en el bolsillo no es sinónimo de fiesta: «Me va a permitir vivir 50 euros menos angustiado», resume.