El petróleo barato ha supuesto tradicionalmente un espaldarazo para la economía de EEUU, comparable a una bajada de impuestos. Lo que el conductor se ahorraba en la gasolinera, acababa gastándolo en restaurantes o en ropa y, aunque la industria local de hidrocarburos sufría, el coste para el país era asequible porque importaba del extranjero la mayor parte del petróleo que consumía.

Ese paradigma, sin embargo, está cambiando. Gracias a la revolución del fracking (fracturación hidráulica), EEUU ha doblado su producción de crudo en los últimos cinco años, un boom que se ha traducido en cientos de miles de empleos e ingresos multimillonarios para numerosas regiones del país. Esa bonanza está ahora en entredicho y la burbuja corre peligro de pinchar dejando un reguero de damnificados.

Los analistas de JP Morgan calcularon en enero del año pasado que los bajos precios del petróleo añadirían 0,7 puntos al crecimiento del país durante el 2015, pero hace solo unos días corrigieron la predicción, asegurando que en realidad lo habían reducido un 0,3%. Solo el año pasado se perdieron más 200.000 empleos en la industria de hidrocarburos, mientras la inversión en capital caía el 5%.

Para este se prevé que se aceleren las quiebras entre los productores de esquisto --el crudo que se extrae con el fracking -- más endeudados, lo que podría poner en peligro a bancos que financiaron el boom en los años de euforia. La caída de los precios ha contribuido a la depresión de las bolsas. En lo que va de año el índice Standard & Poor's pierde el 10% de su valor.

Estos factores han hecho que el petróleo barato ya no sea un motivo de celebración en EEUU, que es, gracias al fracking , el segundo productor del mundo por detrás de Arabia Saudí y solo importa el 27% del crudo que consume, el porcentaje más bajo desde 1985. R. M. F.