Algunos sociólogos afirman que la mentira --en cierto grado-- es necesaria para vivir colectivamente, pero el engaño ha tenido mala fama desde antiguo. La Biblia la prohíbe en los diez mandamientos, Aristóteles advertía de que el "castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad" y Alexander Pope alertaba de que el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar 20 más para sostener la certeza de esta primera".

Pero quizás quien mejor avisó del riesgo en que se embarca un embustero fue Nietzsche: "No que me hayas mentido. Que ya no pueda creerte, eso me aterra". Esta frase explica el sentimiento que embarga a los inversores cuando descubren que una compañía ha faltado a la verdad en sus cuentas o su actuación.

En las últimas dos sesiones hemos tenido buena prueba de ello al comprobar su reacción a la noticia de que Volkswagen falseó los datos de emisiones de sus vehículos diésel en EEUU. La compañía se ha desplomado un 36,5% en bolsa y ha arrastrado a otros fabricantes de coches. Un nuevo factor de incertidumbre que se une al permanente de las últimas semanas: las dudas sobre China, acrecentadas por la decisión de la Reserva Federal de retrasar el alza de tipos.

El Ibex 35, así, se desplomó ayer el 3,11%, a los 9.550,20 puntos, en su quinta mayor caída del año y hasta niveles del 2013, con la prima de riesgo ligeramente en ascenso hasta los 135 puntos básicos.