La respuesta no había que buscarla en los gurús financieros sino en los sueños del faraón: tras siete años de vacas flacas vienen otros tantos de vacas gordas. La teoría de ciclos esbozada en el Génesis fue desarrollada por economistas de la escuela de Viena y de momento se cumple invariablemente. Aunque el presente sigue siendo muy duro comienza a ser cierto que al menos el horizonte está cada vez más despejado, siete años después de la quiebra de la hipotecaria americana New Century, primer síntoma de la crisis subprime. También nos dicen que a finales del 2015 (quiebra de Lehman +7) la economía ya tirará "de verdad" y recuperaremos los niveles de empleo del 2011 siete años después (2018).

El nuevo cuadro macroeconómico es el de una economía en recuperación y aunque, seguro, algo habrá influido el calendario electoral, no hay ninguna duda de que hoy estamos mejor que ayer pero peor que mañana en casi todos los frentes económicos y, en general, se trata de un cuadro razonablemente factible, crisis y cataclismos mundiales mediante.

Primero fueron los fondos americanos y de la city londinense quienes se obsesionaron por comprar en España, ahora despierta la macroeconomía y mañana lo hará la economía real, solo cabe alegrarse. Pero es imprescindible no caer en la autocomplacencia porque hay muchos deberes que aún no hemos hecho. Seguimos con una administración multicapa que no nos podemos pagar, con exceso y superposición de infraestructuras que no podemos mantener, carga fiscal escandalosamente centrada en el asalariado, niveles de economía sumergida y desempleo insostenibles y, lo que es peor, un tejido productivo donde se vende más por precio que por innovación y calidad, lo que nos obliga a ser un país estructuralmente de segunda división económica. La convergencia salarial con Alemania o Francia nunca será posible, y cuanto menor sea la diferencia, más cerca estaremos del estallido de la próxima burbuja.

Sería conveniente hacer que nuestro crecimiento fuese menos vulnerable porque volverán las vacas flacas. En los últimos años todo el mundo desarrollado lo ha pasado mal pero pocos países tan mal como el nuestro, durante tanto tiempo y, sobre todo, dejando heridas tan profundas. Hay colectivos que nunca más encontrarán trabajo, emigrantes que no volverán y derechos que no se podrán recuperar. Porque para salir de esta hemos tenido que ser más pobres y menos solidarios.

Formación, trabajo y calidad son valores que no podemos olvidar. Parte del drama del paro juvenil se concentra en quienes abandonaron sus estudios para ir a trabajar a una obra donde se ganaba más y antes, muchas quiebras vinieron por haber quedado atrapados en el último pelotazo que no se dio y los costes de mantenimiento de muchas obras faraónicas se han disparado por centrarse más en la estética y el lujo que en la funcionalidad.

El plan que acabamos de conocer debería recuperar esfuerzo inversor en formación y en innovación. Si no, será cuestión de tiempo volver a caer y eso sería mortal.