En el año 2.800 a. C., una tablilla de arcilla nos informa de que los asirios tenían "indicios de que el mundo está rápidamente llegando a su fin". En el 634 a. C., los romanos pensaban que había llegado su fin porque a Rómulo le había sido revelado que la ciudad perecería en el 120 aniversario de su fundación. La Biblia está llena de pasajes en que se advierte de un inminente apocalipsis: "De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación", dice el evangelio de Mateo. Y también tenemos lo de los papas Clemente I y Gregorio I, Nostradamus, los mayas... Pero aquí seguimos, lo que parece demostrar que todos esos agoreros no iban bien encaminados.

¿Qué pensarían los crédulos al día siguiente de la jornada en que esperaban el fin de todo? Probablemente primero se les quedaría cara de tontos y luego estallarían de alegría. En los mercados estos días ha pasado algo similar, pero menos dramático y a la inversa. Pese a que la perspectiva de una falta de acuerdo era terrorífica, los inversores estaban seguros de que no se llegaría a tal punto, como al final ha resultado. En consecuencia, su reacción no ha sido eufórica ni mucho menos, porque ya daban por descontado que republicanos y demócratas no serían tan irresponsables. La mayoría de las bolsas, así, han registrado una jornada gris. Pero el Ibex 35 se desmarcó con un alza del 0,39% (9.918 puntos), logrando su séptimo máximo seguido desde el verano del 2011, con la prima en 243 puntos.