Lo que estamos viviendo era imposible de imaginar hace solo unos años, cuando sorprendíamos por nuestros logros a aquellos que, históricamente, siempre nos habían visto como un país atrasado e irrelevante. Además, nuestra hecatombe económica e institucional va acompañada de unos episodios, como las escuchas, que, de no ser dramáticos para los afectados, resultarían plenos de comicidad. Pocas veces como ahora adquiere sentido aquella expresión de que la realidad supera la ficción. Ni el mejor fabulador podía imaginar los despropósitos y ridiculeces en que nos hemos metido.

Por todo ello se entiende la desorientación colectiva y la creciente sensación de que la situación no tiene salida. Por el contrario, creo que estamos ante una gran oportunidad para abordar problemas que yacían desde hace décadas. Dos razones justifican ese optimismo: si no hemos tocado fondo andamos ya muy cerca, y la ciudadanía y la producción aún mantienen el pulso. De no haber llegado a esta situación límite, dramática y grotesca, optaríamos por mirar a otro lado y dejarnos llevar por la cómoda inercia, como en tantas ocasiones precedentes. Pero la angustia de millones de ciudadanos no tolera ciertos comportamientos de élites e instituciones.

Y mientras se tambalea el edificio institucional por todas partes, los ciudadanos mantienen la dignidad colectiva. Veamos cómo, pese a todo, las ciudades conservan un admirable nivel de convivencia y cómo la solidaridad, en sus múltiples expresiones, permite capear situaciones límite. A su vez, la actividad productiva se va sosteniendo, como lo reflejan las inversiones de multinacionales, de pymes que se internacionalizan, o de jóvenes que crean una empresa.

Por todo ello, y porque una inmensa mayoría de la ciudadanía entiende que tras 35 años de vida en democracia lo razonable es, con toda normalidad, ajustar nuestro entramado institucional, la ocasión es magnífica.

Sin caer en un dramatismo innecesario creo que estamos, además, ante la última oportunidad. No porque de no aprovecharla, no saldremos adelante. Siempre lo haremos, de una u otra manera. Pero, hoy, aún estamos a tiempos de encauzar nuestros problemas razonablemente, a partir de una base ciudadana y productiva sólida y sensata. Si tardamos, y el deterioro empieza a agrietar la convivencia ciudadana o la confianza en nuestro tejido empresarial, el escenario será muy distinto y abonado a cualquier insensatez. La presión ciudadana es muy manifiesta. Es momento de que las élites entiendan que les corresponde moverse de verdad, más allá de movimientos tácticos y estéticos.