El británico Roald Dahl escribió en el año 1964 Charlie y la fábrica de chocolate , descrito por algunos como un libro de ciencia ficción para niños. Medio siglo después, cualquiera diría que otro británico, de entre los más euroescépticos, ha inspirado a Jorge Moragas, jefe de gabinete del presidente del Gobierno español, para ayudar a escribir en las páginas de nuestros diarios, por capítulos, un remake de aquella obra: Mariano y la fábrica de confusión .

Comparecen- cias como la de ayer de Mariano Rajoy, en la sede del PP, en calidad de presidente de todos los españoles, no hacen más que sumar confusión y desconfianza, en momentos en los que la ciudadanía (más aun que los mercados) reclama liderazgo y claridad. Mariano habla poco y, como ayer, en casa. Problema: un líder no lo es si no lidera, si no arriesga. Ejercer una responsabilidad como la presidencia del Gobierno en tiempos plácidos lo puede hacer un alto funcionario. Liderar en los tiempos que corren pone a prueba, y legitima, a aquellos que aspiran a reivindicarse en el cargo.

Hasta ahora teníamos a un Rajoy que batió récords de velocidad en su primera comparecencia en la Moncloa (sin preguntas) a las pocas horas de asumir el cargo de presidente. Contábamos con un Rajoy escondido la mayor parte del tiempo. Escuchamos a Rajoy decir que no había nombrado vicepresidente económico porque sería él quien lideraría el equipo de trabajo contra la crisis, y luego solo hemos visto comparecer los viernes, con Luis de Guindos y Cristóbal Montoro, a Soraya Sáenz de Santamaría. Alucinamos con un Rajoy que escapó a trote de los micros de la prensa en el Senado, y luego ha tenido que comparecer un montón de veces en los pasillos del Congreso de los Diputados para intentar demostrar que lo suyo no es fobia a contestar preguntas. De ciencia ficción. Y a este patio, la fábrica de confusión de Rajoy sumó ayer una nueva estampa: el presidente del Gobierno compareciendo como tal en la sede central del PP.

Se plantó en el atril con las siglas del PP, manifiestamente incómodo, meses después de su última rueda de prensa, sin límite de preguntas, aunque esto no fuese del todo así, porque limitó a una pregunta por periodista la cuota que podía asumir. Ambiguo y dubitativo en las respuestas a preguntas clave, inquietaba verlo en directo por su profusión de tics nerviosos faciales. Y todo para hablar en una jornada más con la prima de riesgo disparada, cuando se necesitaba de nuevo liderazgo de Estado, no de partido, y autoridad institucional, no timorata defensa de parte. Ayudando a la confusión entre institución y partido. Fabricando la correspondiente desconfianza, una vez más. Y el euro temblando. Normal.