Polonia volvió a ser el protagonista no deseado de una cumbre europea. Esta vez se trató de un asunto interno, aunque con connotaciones en la política europea. El presidente polaco, el conservador Lech Kaczynski, se presentó en la cumbre sin estar invitado por la delegación de su país. La Constitución polaca deja la política exterior en manos del Gobierno. Y su primer ministro, Donald Tusk, de centroderecha, dejó muy claro que Kaczynski había llegado a Bruselas, pero no para participar en la cumbre. El presidente desoyó las indicaciones de Tusk y dejó perplejos a los líderes europeos, al saludar efusivamente, y de forma apresurada, al presidente de turno de la UE, Nicolas Sarkozy.

En la cumbre del pasado septiembre, en la que se abordaba la cuestión de Georgia, Tusk claudicó y asumió la presencia de Kaczynski. Pero esta vez se ha negado a compartir protagonismo. La cuestión es que Kaczynski se había acostumbrado a dirigir la política exterior cuando tenía a su gemelo, Jaroslaw Kaczynski, en la jefatura del Gobierno, que le permitía jugar ese papel.