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Apunte

Alcaraz, haz lo que debas

Alcaraz celebra su triunfo en Nueva York: champán, cena exclusiva y fiesta con estrellas

Alcaraz celebra su triunfo en Nueva York: champán, cena exclusiva y fiesta con estrellas / EFE

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

El US Open es uno de aquellos torneos que los más puristas (y los más aburridos) observan con sospecha. Porque se grita, porque se puede jugar vestido de fucsia, porque las estrellas catódicas se amontonan para lucir sus operaciones faciales, porque se entiende un deporte tan solitario, psicológico y bárbaro como el tenis como un show más donde engullir un 'hot dog' sin tener en cuenta precios ni colas. Y con un sátrapa ridículo como Donald Trump de jefe de ceremonias. Carlos Alcaraz, el mejor tenista del mundo, encaja como nadie ahí. Él entiende el espectáculo y lo hace retozar con un repertorio técnico que le hace diferente al resto.

En la era Open, quienes más ganaron en Flushing Meadows fueron Roger Federer, Pete Sampras y Jimmy Connors (cinco títulos cada uno). A 'Jimbo' le encantaba jugar de manera salvaje, por eso gustaba tanto; Sampras siempre fue tan bueno como incomprendido para los 'cañeros', por mucho que le pesara a Foster Wallace; mientras que Federer era tan perfecto, tan académico, que a los neoyorquinos siempre les faltó que McEnroe le robara un tornillo. Alcaraz, qué demonios, lo tiene todo para este tiempo y para este lugar. Ha alzado dos veces los brazos en el US Open. Pero en Nueva York comienzan a intuir el mismo gusanillo de los parisinos en la arcilla de Roland Garros.

En su última final ganada a Sinner hubo momentos en que Alcaraz se vio actuando en Broadway. Finiquitaba los 'rallies' en busca, claro, del punto, pero también del preciosismo para gloria de los aficionados. Para ello jugueteaba con la temeridad, consciente de que ir al límite, contra Sinner, es la mejor manera para sacarlo de quicio (el italiano, sí, llegó a tal desesperación que tiró la raqueta en un gesto impropio de su 'robotismo'). Ni siquiera penó Alcaraz que Sinner insistiera en dejarse las piernas para alcanzar sus dejadas porque el teatro, pero también la tramoya, eran de su propiedad.

A Spike Lee sólo le faltó contratar a Rosie Pérez para que volviera a bailar al son del Fight the Power de Public Enemy en su película más redonda y ya lejana (Do the right thing; es decir, 'Haz lo que debas'). Después de volverse loco viendo ganar a Alcaraz contra Sinner el pasado junio en París, retomó su nueva rutina con el mismo ímpetu con el que anima a los Knicks en el Madison. En pie y chocando las manos como si estuviera en trance. El cineasta que mejor ha retratado su amor y su odio hacia Nueva York ha visto en un murciano a uno de los suyos. Mientras, Alcaraz hace lo que debe: unir el arte al espectáculo.

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