Ciclismo

Pogacar sufre una caída y abandona la Lieja-Bastoña-Lieja

El prodigio esloveno se fue al suelo, se rompió la muñeca con apenas 84 kilómetros recorridos y dejó la última gran clásica de abril en los brazos del campeón del mundo

Tadej Pogacar gana la Flecha Valona.

Tadej Pogacar gana la Flecha Valona. / ASO

Sergi López-Egea

La Lieja-Bastoña-Lieja se quedó este domingo en un concierto para solista en el que Remco Evenepoel tocó todos los instrumentos, del clarinete al trompón, desde el momento en el que Tadej Pogacar se rompió la muñeca y tuvo que buscar un hospital en vez de la meta para apagar la llama de lo que se esperaba como el primer gran duelo de la historia entre un fenómeno belga y un prodigio esloveno.

No hubo otra carrera que la que marcó el conjunto de Evenepoel; un ritmo asfixiante que ahogaba a todos los rivales del campeón del mundo. No tenía ni que preocuparse por demarrar puesto que todos se quedaban sin fuerzas mientras que Evenepoel respiraba aire fresco con los pulmones abiertos y la mente despejada tras saber que Pogacar, desgraciadamente, no estaba ni se le esperaba.

Ataque en la cota de la Redoute

Cuando Evenepoel atacó en la cima de la Redoute, la cota más consagrada de la clásica de Lieja, Pogacar recibía el resultado de las radiografías. Se había roto el escafoides y el hueso semilunar izquierdos, la muñeca a hacer puñetas. Había cerrado las exhibiciones en las clásicas de abril de la manera más inesperada, odiosa, triste y desesperante. Se le fue la bici en una bajada, en una zona de baches que desestabilizaban las ruedas. Solo se llevaban 84 kilómetros de carrera. Ni siquiera había conectado la televisión en directo. Ni siquiera se había sentado ante la tele el aficionado que se preparaba para una tarde de gloria ciclista… para frotarse los ojos, ver para creer, cuando apareció un rótulo en la parte baja izquierda del televisor que anuncia el abandono de Pogacar.

Fue un mazazo, como si un equipo entero por lesión se perdiera la opción de disputar una final, da igual en el deporte que fuera. Quedaba solo terreno y carretera libre, como si a Evenepoel le levantaran las barreras en una autopista de peaje. Sin Pogacar, la crónica de un duelo anunciado se quedaba en papel mojado, no valía nada de lo que se había escrito o pronosticado, hasta parecía, aunque doliera para el resto de los participantes, que la Lieja-Bastoña-Lieja se quedaba descafeinada y solo había que esperar el momento en el que Evenepoel pusiera el turbo, llenara de pólvora los cañones y se lanzara a la caza y captura de su segunda victoria consecutiva. Llegó a menos de 30 kilómetros para la meta. Él hacia la victoria y el resto a luchar para ver quién acababa segundo (Tom Pidcock) y quién lo hacía para la tercera plaza (el ciclista colombiano Santiago Buitrago). Sin más. Sin otro efecto… por un maldito bache convertido en un arma de destrucción masiva contra el espectáculo ciclista.

Evenepoel levantó los brazos mientras se preparaba un quirófano en un hospital de Gante para operar a Pogacar; lo antes posible porque, aunque el accidente no debe poner en riesgo el Tour, más valía no perder tiempo y hacerlo cuanto antes. El ciclismo es así, unas veces ganas y otras te caes, aunque te llames Pogacar y seas el mejor del mundo y, si te pasa a las primeras de cambio y en la ruta del Tour, te quedas sin la opción de verte en París escuchando de amarillo el himno de tu país.