Aquel verano de 2004, los Juegos Olímpicos de Atenas sonaban a todo volumen en la televisión de Julia Figueroa (Santa Marina - Córdoba, 1991). “Me quedaba pegada. Soñaba con ser campeona de todo lo que echaban: natación, gimnasia… Ahí fue donde cambié el chip. Cuatro años después, en Pekín 2008, al ver la ceremonia de inauguración, dije alto y claro: ‘yo quiero estar ahí’. Era mucho más serio que un sueño”. 

Aquella niña cordobesa lo consiguió. Se convirtió en una de las judocas españolas más importantes. Participó en los Juegos Olímpicos de Rio 2016 y Tokio 2020. Ahora aspira a un metal en París 2024 para terminar con la sequía de metales que se produce desde Sídney 2000.

Sigue con su estrategia de proyectar el futuro para llegar a él con seguridad. Por el momento, le ha funcionado. Su aventura en el tatami empezó con cuatro años, cuando sus padres le apuntaron a judo como actividad extraescolar. “Siempre me gustaron las artes marciales. ¡Era una auténtica seguidora de Dragon Ball! Jugaba a ser Goku en la plazoleta”, recuerda alguien que creció combatiendo con su hermano. “Peleábamos a todas horas. Todavía hoy, cuando llego a casa, lo primero que hacemos es una pelea de rigor para ver quién sigue teniendo el mando”, rememora con cariño. 

Cinturón negro a los 15 años

Figueroa logró el cinturón negro a los 15 años, la edad mínima en la que se puede conseguir: “Aquello me puso más nerviosa que la competición de alto nivel. No desayuné ni dormí. Cuando me dieron el aprobado, iba flotando por la calle”. Un año después llegó otro gran cambio: se mudó a Valencia, donde aún reside. “La mayoría de gimnasios cerraban en verano. Mi madre, que es una crack, encontró que la selección cubana venía a preparar los JJOO de Pekín a Valencia. Me fui con un compañero sin casi saber valernos por nosotros mismos”, apunta la judoca.

Terminado el bachillerato, llegó la mudanza definitiva. A su lado, compañeros y mentores como Sugoi Uriarte y Laura Gómez, con los que después completaría el ciclo olímpico. Desde entonces, Figueroa ha completado muchos capítulos y ha visto un continuo desfile de niños, y cada vez más niñas, con kimono. 

“Sigue habiendo más presencia masculina en los deportes de contacto. Aunque poco a poco se van rompiendo los tabús y los estereotipos, como es de ‘marimachos’. Yo pasé por eso… También me gusta el fútbol, tenía el ‘pack’ completo”, bromea. Pero en la biografía de Figueroa quedan muy atrás todos los complejos. De hecho, actualmente juega en el Cabanyal femenino. 

“Se me da mejor el judo, para qué engañarnos. Aunque no sean deportes complementarios, me está dando descanso mental para no tener que hacer siempre lo mismo. Me doy cuenta, además, que puedo aplicar algunas cosas al fútbol de mi día a día en el tatami. El fútbol son 90 minutos de estímulos, pero en determinadas situaciones como los mano a mano, tienes que centrarte”, explica una judoka que ocupa actualmente el segundo puesto en el ranking mundial de -48 kilos.

Un deporte subjetivo

La cordobesa alcanzó esta posición tras lograr un histórico oro en el Grand Slam de Abu Dhabi a finales de octubre. Supo resetear en apenas unas semanas del ‘varapalo’ del Mundial de Tashkent, donde la falta de fortuna en momentos clave le dejó fuera del podio. En cuartos consiguió vencer a la nipona Funa Tonaki, una de las más fuertes del peso, junto a su compatriota y líder Natsumi Tsunoda, entre otras. En semifinales, Figueroa cayó ante la alemana Katharina Menz en un combate en el que fue a remolque. En el Europeo de abril, primera cumbre de un 2022 intensísimo, se hizo con un bronce. 

“No es que me quitara una espina, pero me dio rabia, porque hice un buen Mundial y me sentía en un gran momento técnico, táctico y físico. Pero al final, esto es deporte. Hay detalles que te dejan fuera”, reflexiona una judoca que ve “un alto nivel de subjetividad” en los combates. “Puede suceder que, con una misma entrada, a ti te den falso ataque un día y al siguiente sea válida. Eso, con el mismo árbitro. Al final, existe un margen de maniobra muy reducido. Por eso la actitud es muy importante. Si eres más ágil, tendrás más posibilidades. Todo pasa muy rápido”, considera Figueroa.

Los cuatro minutos que dura un combate son absolutamente frenéticos y pueden decidir el trabajo de cuatro años, como sucede con los Juegos. Desde el primer segundo se puede ir a contracorriente. En un instante, el combate tiene posibilidades de morir con un Ippon o con una falta que suponga la descalificación. “El judo es muy desagradecido en ese sentido. O agradecido si estás en el bando del que no parte como favorito”, comenta una deportista que, como tantas otras, afronta el abismo olímpico como la recta de meta a una larga preparación. Metros finales en los que no se puede fallar.

Entrenar con su perro

En Río 2016, Figueroa, que llegaba con quinta en el ranking mundial, cayó en octavos frente a la cubana Dayaris Mestre. Se retiró con lágrimas en los ojos. Se había preparado a conciencia y llegaba en un buen estado de forma, pero no consiguió atraer las chispas que saltan en un combate de estas características. “No quedé satisfecha. Llegué con una expectativa muy alta, digna de Mr. Wonderful: ‘Puedes hacerlo, porque lo has soñado’. Pero no, guapa, a veces la vida te da una buena hostia. Hay otras veinte mujeres que están ahí para conseguir esa ‘medallita’. Igual no te toca a ti ganarla”, asegura con una alta dosis de realismo.

Si un ciclo olímpico es una auténtica batalla contra los elementos, el de Tokio 2020, desgarrado por la pandemia, fue un auténtico ejercicio de resistencia. “Fue muy duro. Cada competición podía irse al traste por un positivo. Ya no tuyo, de una persona que estaba en la misma fila que tú en el avión. Era un estrés constante. Si te contagiabas, te pasabas encerrado 15 días en un hotel en el culo del mundo”, explica Figueroa, quien se las ideó para seguir ejercitándose durante lo peor de la pandemia. 

“Yo tenía unas solapas de kimono antiguo. Entonces, se me ocurrió jugar al agarre con mi perro. Mis dedos lo agradecieron, porque en este deporte te acaban doliendo una barbaridad. Eso sí, al volver, tela marinera”, confiesa la judoca sobre su peculiar modo de entrenamiento cuando todo era una incógnita y las llaves se difuminaban entre las paredes de casa. No era fácil para nadie, menos para profesionales que viven de un deporte de agarre. En Tokio, mamparas y pabellones vacíos. Aquello era una anormal burbuja de la que no podían salir.

“Llegué un poco mejor que en Río, pero ese día mi rival tuvo un día casi perfecto”, describe Figueroa, quien tras una primera victoria solvente frente a la turca Gülkader Şentürk, cayó en octavos contra la israelí Shira Rishony. Estos JJOO anómalos tuvieron como consecuencia una enorme resaca emocional. “Fue muy duro. Necesité unos meses para darme cuenta de que no estaba en una burbuja. Nos pasábamos semanas encerrados, sin ver la luz del día. Hasta febrero no volví a competir”, asegura Figueroa. 

El millón ruso

El camino olímpico de las judocas españolas está lleno de etapas intermedias. Desde el oro en Sidney 2000 de Isabel Fernández Gutiérrez, España no ha vuelto a tocar metal. “El equipo es muy competitivo, pero tenemos el hándicap de que tenemos que competir hasta un mes antes de los Juegos. Debemos mantener dos picos de forma”.

Otras federaciones están más focalizadas en los Juegos y sus programas de recompensas son más ambiciosos. “En Cuba les dan una casa, aunque realmente es del estado. Pero por ejemplo, a la delegación rusa les daban un millón si conseguían ser campeonas olímpicas”, cuenta la cordobesa. A respecto de la participación de los judocas de Rusia, señala que actualmente no están compitiendo, “pero en enero los volverán a meter y será Ucrania quien se salga de la Federación Internacional. Se niegan a competir si ellos regresan”. 

Figueroa expresa con sencillez y realismo cómo es la vida laboral y personal de un profesional de un deporte minoritario. “En España, una medalla olímpica no te soluciona la vida. Te permite acceder a ayudas y a un buen sueldo. Sin embargo, son cinco meses. Después, nada. Pregunta por la calle: ‘¿quién ha conseguido la plata de gimnasia artística en Tokio?’. Ya se habrán olvidado de Zapata. Una medalla te da una fama temporal, después se vuelven a olvidar de ti hasta los próximos Juegos Olímpicos”, sentencia.

Pero todas las dudas se disipan cuando Julia se enfunda el kimono y empieza el combate. Desde la mirada, “clave en el judo para conocer las ventajas y desventajas del rival”. Pone los pies en el tatami y se activa el estilo “tocanarices, porque soy muy pesada”. Ella, “un solete que solo se enfada cuando tiene hambre”, aunque con un carácter y resiliencia que le ayudará “a cambiar poco a poco el color de las medallas, del bronce al oro, algo que ya estamos consiguiendo”. París 2024 todavía queda lejos, pero Figueroa quiere tenerlo al alcance exacto para que, esta vez, mire al mundo desde el podio olímpico.