En el recuerdo quedará el Giro de 2022 como uno de los más decepcionantes de la historia y, sin duda, la más aburrida de las tres grandes rondas disputadas este año. Solo hace falta recordar que Jai Hindley, invisible el resto de la temporada, consiguió el triunfo gracias a un ataque a tres kilómetros de meta en la penúltima jornada de la prueba, en la saludable Marmolada.

Transcurrió la prueba sin ataques entre los favoritos y con el único aliciente que le ponía Mathieu van der Poel con sus demarrajes para la galería… y poco más. En 2023 la carrera, presentada este lunes, vuelve a demostrar que rechaza repartir objetivos a lo largo del trazado, aunque corrige en parte los errores de concentrar la máxima dificultad para los días finales con el peligro, tal como ocurrió la pasada primavera, de que los favoritos lleguen demasiado cansados a las etapas finales y priven al espectador de grandes ataques para subir montañas sin más, solo al ritmo fuerte que imponga el equipo más fuerte de la competición.

Eso sí, el Giro sigue creyendo en las contrarrelojes, rechazadas prácticamente por la Vuelta y con el Tour decidido a programar solo una etapa de estas características porque les obliga el guion, y porque todos han comprobado que las diferencias que ejecuta el cronómetro distan mucho de las que se producen en la montaña, salvo que haya un duelo de máxima intensidad como el vivido en julio en la ronda francesa entre Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar.

Tres contrarrelojes habrá el año que viene en el Giro, para un total de 70,6 kilómetros, con una cuesta final el primer día de carrera (6 de mayo), 33,6 kilómetros el segundo domingo de la prueba y una cronoescalada al Monte Lussari de 18,6 kilómetros, cerca de la frontera austríaca y que obligará a los equipos a un traslado de más de 700 kilómetros para acabar con un esprint en Roma (domingo, 28 de mayo).

Aunque la dureza recae en los últimos días, el Giro tratará de activar la lucha por la general en el Gran Sasso, el primer viernes de carrera, y en la visita a Suiza y Crans Montana (tantas veces candidata a acoger el Tour), en el segundo viernes de la prueba, con la subida intermedia al Gran San Bernardo y sus 2.469 metros de altitud.

Sin embargo, una vez más, todo se resolverá los últimos días en las subidas finales al Monte Bondone, de grato recuerdo para Miguel Induráin, Val di Zoldo y, sobre todo, en la leyenda de las Tres Cimas de Lavaredo, siempre con el aroma de Eddy Merckx, antes de la salvaje cronoescalada final.

Todavía es muy pronto para saber qué corredores lucharán por la general, a falta de que se presente el Tour (jueves, 27 de octubre) y la Vuelta (en enero), aunque Remco Evenepoel, campeón del mundo y ganador de la ronda española, parece ser por ahora la principal estrella que apuesta por llegar de rosa a Roma, viaje final en avión incluido.