"Sé que podría haber cambiado el pasado diciendo la verdad, pero ¿la habrías dicho tú? Te habrían aniquilado". Si alguien ha visto el 'Ícaro', documental que ganó el Oscar en el 2018, no habrá olvidado a Grigory Rodchenkov. El orondo científico, de enormes gafas tintadas, mostacho soviético, cara bonachón y fascinado por el '1984' de George Orwell, que en su primera escena aparece en una videollamada en calzoncillos con su perro y que (alerta 'spoiler') al final acaba desmontando el sistema de dopaje de estado de Rusia. Tras exiliarse a EEUU, temiendo por su vida y con un disco duro con registros de todo el juego sucio del deporte ruso, el que fuera director del centro antidopaje de Moscú durante una década (2005-2015) explica en el libro 'The Rodchenkov Affair - How I Brought Down Putin's Secret Doping Empire' cómo llevó a su país a la gloria deportiva en Sochi-2014. Una trama que impedirá que la bandera rusa ondee en Tokio-21 y en los de Juegos de Invierno de Pekín-22, aunque los deportistas que no hayan estado nunca sancionados por dopaje podrán competir con bandera neutral.

"Soy una de las razones por las que mi país ganó tantas medallas olímpicas entre 2004 y 2014, pero también fui la causa de su expulsión del Movimiento Olímpico", escribe el científico, que ahora está en paradero desconocido, siempre custodiado por uno o dos guardaespaldas y no sale de casa sin chaleco antibalas. "Temía por mi vida, temores que parecían justificados cuando dos de mis antiguos colegas, Vyacheslav Sinev, el exdirector de la Agencia Antidopaje de Rusia (RUSADA), y su sucesor, la doctora Nikita Kamaev, murieron misteriosamente con 11 días de diferencia". El presidente honorario del Comité Olímpico Ruso, Leonid Tyagachev, declaró que "Rodchenkov debería ser fusilado por mentir, como lo habría hecho Stalin". "Durante mis cinco años en el exilio, ha habido amenazas de muerte creíbles", señala.

Antiguo atleta, Rodchenkov vio que tenía más carrera en el dopaje. Teóricamente tenía que ser en la lucha por evitarlo, aunque terminó siendo en su promoción. El primer positivo de Ben Johnson estuvo en sus manos, tras los Juegos de la Buena Voluntad de Moscú, aunque no informó al respecto En el libro explica cómo para los Juegos de Los Angeles planeaban montar un laboratorio en un barco, pero que fue el miedo a un alud de positivos el que acabó provocando el boicot soviétivo. Después de los "mediocres resultados" de Rusia en Atenas, reclamó que "para ayudar a la causa del dopaje (y antidopaje) tendría que convertirme en director del Centro Antidopaje de Moscú". "En Atenas, alrededor de 400 olímpicos rusos habían pasado el control de dopaje previo a la partida en Moscú, pero les pillaron durante los Juegos. Cuando ocupé el cargo, prometí que ningún atleta ruso previamente evaluado por mi laboratorio sería positivo en unos Juegos Olímpicos. Y así fue durante cinco Juegos", se jacta en el libro.

La Agencia Mundial Antidopaje (AMA) le ofreció reubicarle a él y a su familia en marzo del 2015 en otro país de Europa si colaboraba con la investigación. Pero él declinó la oferta. Todo estallaría meses después cuando la AMA pidió la suspensión de la Federación Rusa de Atletismo, el cierre del laboratorio de Moscú y acusó al Gobierno de aquel país de organizar un dopaje de Estado similar al practicado por la extinta Unión Soviética y la antigua República Democrática Alemana. El informe McLaren destapó que 1.000 deportistas rusos se habrían beneficiado del entramado de dopaje de Estado de Rusia entre el 2011 y el 2015. Rodchenko, director del laboratorio de Moscú, habría destruido 1.417 muestras de atletas de su país susceptibles de esconder sustancias prohibidas mientras agentes de la FSB (Servicio Federal de Seguridad Rusa, heredero de la KGB soviético) «supervisaba» los análisis de las muestras.

Tanto en el documental como en el libro explica detalladamente cómo se había gestado el mayor fraude de la historia del deporte, Sochi-2014: él, como responsable del laboratorio, se encargaba de recoger las muestras de todos los deportistas que participaban en los Juegos que se celebraban en Rusia. Las muestras de orina se ponían en unas botellas que, una vez cerradas, teóricamente ya no se podía abrir sin que hubiera evidencias. A través de un agujero las pasaban a una sala anexa en las que se hacía el cambiazo con muestras de orina tomadas a los mismos deportistas en periodos en los que estaban limpios de dopaje. Un truco que le dio la gloria olímpica, 33 medallas, aunque efímera, y que le hará pagar peaje en los próximos Juegos, en los que el himno ruso no sonará.