No hay mejor modo de manejar la presión que reforzando las convicciones. Nadie mejor que uno mismo sabe si lo que está haciendo le conduce a los objetivos marcados o le enreda en líos de excusas, reproches y movidas variadas. El Córdoba CF dio y recibió a la vez una lección en su cita de ayer, la primera de Pablo Alfaro en el banquillo de El Arcángel. En un par de partidos, con un par de victorias, el Córdoba ha demostrado a todo el mundo -y a sí mismo- que es posible hacer lo que es debido para una entidad de su rango en Segunda B. Le metió una buena paliza a El Ejido y despidió el campeonato de Liga hasta el mes de enero repartiendo esperanza, que no es mal regalo para un cordobesismo que lleva demasiado tiempo con el orgullo pisoteado. No será siempre igual, de acuerdo. Pero el personal se conforma con algo parecido.

El espectáculo es ganar. Y todo lo que venga después, pues bienvenido sea. Qué bien combinaban, qué dejadas, qué desdoblamientos, qué atrevimiento en los pases, qué arrojo para el remate... Cuando hay resultados, todo el mundo se siente mejor y actúa como tal. Se trata de convertir esta inercia tras el relevo en el banquillo en una rutina y aceptar alguna mala tarde -que la puede haber- como la piedra en la autopista.

Aquello de «la mejor plantilla de Segunda B» no parece hoy un chiste. Si acaso un asunto discutible, pero el fútbol es eso. Hay gustos y tendencias de lo más variado, pero lo único que no admite réplica es una clasificación bien despachada de puntos. Con Alfaro al mando, el Córdoba ha hecho seis puntos sobre seis, ha marcado cinco goles y no ha encajado ninguno. Cerrará el 2020 dentro de los tres primeros puestos. No ha arrasado, pero deja un aspecto competente. Va a más, pero le tocará correr lo suyo.

Y, desde luego, no está nada mal que se vayan lanzando mensajes en El Arcángel. Que se note en casa lo que debe ser un candidato. Aunque sea con las gradas despobladas y un puñado de blanquiverdes emocionados. Por lo visto, es posible. Ahora hay que hacerlo probable.