El Córdoba juega un partido de lunes a viernes y otro los fines de semana. Hace planes, se autoafirma con discursos de manual y retuerce las estadísticas para ajustarlas a un discurso con unos mínimos de sensatez y unos máximos de fe. Ya lo dejó dicho un jugador: "En el Córdoba solo te das cuentas de que estás en Segunda B cuando llega el partido". Y tanto. Todo el sustento teórico amasado, engullido y (parece que no) digerido durante cinco días se desmorona cuando llega la hora de hacer lo que es debido. Se te cruza en el camino un equipo medio apañado de Segunda B y te hace preguntarte qué haces aquí y qué es lo que pretendes de esa manera. El Córdoba está fuera de tono, como el que va vestido con traje a un botellón en un polígono industrial. Lo mejor que te puede pasar es que se mofen de ti y te inviten a abandonar la fiesta con más o menos modales.

El Córdoba perdió en El Arcángel ante el filial del Sevilla. Así como suena. Se ahorró una bronca monumental porque el estadio estaba vacío. Seguramente muchos aficionados desconectarían su dispositivo de Footters -si es que alguna vez lograron conectarse- antes de tiempo, más que nada por mantener la tradición de coger la puerta y ahorrarse el sonrojo de ver a los suyos -candidatos a un ascenso innegociable- superados por un plantel de chavales, algunos de ellos menores de edad, que no había logrado aún ni un solo triunfo en el subgrupo B del grupo 4 de la Segunda División B.

El Córdoba terminó el partido en el área contraria, con su portero Edu Frías dispuesto a rematar un saque de esquina. Como si fuera una final. No se trata de ver o no ver fantasmas, ni de interpretaciones más o menos descabelladas de una realidad que es la que es. La que dibujan los números, que son los que al fin y al cabo modelan las sensaciones. "No hemos tenido el día", declaró Sabas en una rueda de prensa sin periodistas presentes y con las preguntas enviadas vía whatsapp. Ahora empieza otra semana. La rueda sigue girando.