Bienvenidos a la Segunda B, esa división en la que a nadie le apetece estar a no ser que no tenga un lugar mejor al que aspirar. No es el caso del Córdoba CF, que se ha propuesto como obligación este curso encontrar la salida al laberinto por la única vía posible: los resultados. Empezó con un marcador perfecto: 1-0. Tres puntos a la talega y portería a cero. Hasta ahí, bien. El Lorca Deportiva opuso resistencia y le generó algún que otro susto, mostrando un perfil bastante descarado en la fase final del partido.

Los adversarios del Córdoba en esta categoría suelen ser así: asumen la derrota digna como un mal menor y juegan con la presión del candidato, que a menudo se siente impelido a arriesgar para conseguir un tanteo más vistoso. Ya saben, la exigencia de un plus por jugar en casa. Esta vez no sucedió por razones de peso: la primera, que solamente había 800 personas en estadio; la segunda, que el personal parece tener claro que lo bello es lo útil y que bien está lo que bien acaba.

Marcó a los cuatro minutos Piovaccari, que estuvo cuando tenía que estar. El italiano allanó el camino para un Córdoba con más argumentos que la formación lorquina, repleta de argentinos y con futbolistas que mostraban de forma muy evidente las ganas de lucirse en un escenario grande. La Segunda B, además de un pozo de clubs históricos, es un estupendo escaparate para jugadores ansiosos por buscarse el porvenir.

Las sonrisas del principio se torcieron porque el Córdoba no fue capaz de remachar el resultado con un segundo gol, que estuvo cerca de llegar. Pero una ristra de cantadas -una tremenda de De las Cuevas- evitó un final plácido para los de Sabas, que tragaron saliva en una ocasión en la que Edu Frías, sorprendente titular, sacó la pelota en la misma línea. Y poco más. Partido feo, resultado bonito y colas en las puertas del estadio a pesar de que fue el partido de Liga con menor asistencia en la historia de El Arcángel. Hay (malas) costumbres que no cambian...