La densa niebla bajo la que amaneció Madrid en los alrededores del Metropolitano reflejaba con certeza el mustio ánimo rojiblanco. Cuando empezó el partido, el sol hizo acto de presencia, pero lo que no se hizo fue la luz en el juego de un Atlético dramático, sin juego ni soluciones, a una semana de visitar el Bernabéu entre las peores sensaciones de la era Simeone.

El ambiente en el Metropolitano oscilaba entre el luto y la reivindicación. El drama que ha llegado después de culminar un periodo de dudas con una eliminación histórica en Copa ante la Cultural Leonesa, pero también la demanda de lo que consideran suyo: Diego Simeone.

En el área técnica rojiblanca no cambió nada, la misma intensidad, la misma desconcentración breve del partido para agradecer los cánticos, mayoritarios en el fondo sur, con silbidos salpicados por el resto de la grada.

En su búsqueda de soluciones a la salida de En-Nesyri, Aguirre dejó solo a Braithwaite en ataque y armó un equipo sólido que, de inicio, le permitió llegar con cierto peligro a las inmediaciones del área rival y con el que no había sufrido al descanso.

La gran novedad del once atlético fue Vrsaljko, un año después de su último partido, directamente del ostracismo al once titular. Además, Simeone volvió a experimentar tácticamente: sitúo a Llorente de ancla en el medio, los laterales ocuparon puestos de ataque, Saúl y Thomas pluriempleados en los interiores, con Joao y Correa en los flancos de Morata.

El resultado fue un intento de dinamismo ofensivo que no generó ocasiones de peligro con fluidez.

Con mejores intenciones que en otras ocasiones, aún entre la consternación y con el debate en torno al juego su punto álgido, el primer tiempo del Atlético volvió a ser desalentador, sin ideas, sin soluciones. La mejor tentativa rojiblanca antes de descanso fue un contragolpe muy claro, achacable a la defensa del Leganés, resuelta por Correa con un centro que no dejó en ventaja a Morata para el remate.

Simeone quitó a Llorente al descanso, no había sido el peor centrocampista atlético, para sacar a Vitolo, que tuvo una ocasión en su primer minuto de juego. El modo ofensivo del Atlético tampoco le reportó demasiados réditos ofensivos, más bien, se resintió la fiabilidad defensiva entre el enfado creciente de Oblak.

Entre el nerviosismo creciente en la grada y en el área técnica atlética, el Leganés creció en el partido hasta disfrutar de ocasiones más claras que las de un Atlético que empezaba a atacar a la desesperada, movido más por un deseo visceral de marcar que por conceptos futbolísticos.

A 20 minutos del final, los méritos del Leganés ya merecían con creces un gol y los pitos se reprodujeron por la grada rojiblanca, entre pérdidas constantes de balón de un equipo permanentemente encerrado en terreno propio.

Las sensaciones del Atlético empezaron a tomar tintes dramáticos, exagerados cuando Vitolo reclamó con vehemencia un penalti inexistente de Recio. Los últimos diez minutos fueron de acoso y derribo a la desesperada de los rojiblancos, un bombardeo aéreo y terrestre que se saldó una dosis extra de frustración que sumar al acumulado de la temporada, también tras la expulsión de Cuellar por perder tiempo, la bronca y la pérdida de tiempo consiguiente.