Fede Valverde es uruguayo. Orgullo de Peñarol, su club de origen en la capital de Montevideo, Valverde debutó en Primera División a los 16 años. Lo recordaba su presidente Jorge Barrera en un amplia entrevista con Efe en Miami hace unas semanas.

Llegó al Real Madrid siendo un crío por cinco millones de euros. Es el ojito derecho del presidente Florentino Pérez y del director de Relaciones Institucionales, Emilio Butragueño.

Creyeron en él desde el primer día. Ayer en el Camp Nou, Valverde se graduó en el fútbol de élite. Se comió literalmente al centro del campo del FC Barcelona. Rebañó todo balón que se quedaba en su zona, tácticamente perfecto, hizo coberturas a Sergio Ramos cuando el capitán de su equipo se asomaba al área en los córners; Valverde leyó el partido como un crack de nuevo cuño. Su poderío físico le permite ser un vendaval en la recuperación tras pérdida. Y buscó con su remate de media distancia un gol que mereció por su perseverancia.

El pasado verano, Zinedine Zidane reclamó a gritos el fichaje de Pogba. Una incorporación multimillonaria. El club siempre apostó por Valverde. Y dio en el clavo. Un acierto. Desde los despachos de la zona noble se creyó en Fede, el uruguayo. El búfalo que como un limpiaparabrisas seca todo lo que hay a su alrededor.

Tiene el gen de futbolista del Real Madrid. Ayer fue lo más notable que se vio en un clásico sin goles, pero de donde sale reforzado un futbolista que inició la temporada con un perfil muy bajo y que ahora ya es titular indiscutible del Real Madrid