En marzo del 2017, poco antes de un partido clasificatorio para el Mundial del 2018 en Rusia entre Ucrania y Croacia, la cadena rusa Life, conocida por su proximidad con el Kremlin, publicó una noticia en la que se aseguraba que el "futbolista nazi" Román Zozulia había sido excluido del equipo nacional por "razones desconocidas". La noticia, sin embargo, resultó ser un bulo. Tal y como se encargó de señalar el entrenador nacional, Andriy Shevchenko, el delantero había sido convocado, pero no llegó a jugar. "Zozulya es un jugador importante en nuestro equipo nacional", zanjó el 'míster'.

La cadena de TV Life, junto con su página web y con la agencia Spúntik, esta última bajo control del Kremlin, han sido los medios que más han aireado las presuntas conexiones del jugador ucraniano con la ultraderecha de su país. Proceden, paradójicamente, de un país en el que las fuerzas políticas ultranacionalistas cuentan con una representación parlamentaria y un peso político muy superior a las ucranianas y unas alianzas internacionales de mucho mayor calado.

En las últimas elecciones legislativas celebradas en Ucrania en verano, varias fuerzas de ultraderecha ucranianas, incluyendo al batallón de Azov, Libertad y Pravy Sektor, formaron un bloque para intentar superar el porcentace mínimo requerido por la ley para obtener representación parlamentaria. No lo lograron, quedándose con tan solo un 2,3% de los votos.

El problema de Ucrania con la extrema derecha reside sobre todo en la influencia callejera de los grupos paramilitares, en un país donde el Estado ha ido perdiendo el monopolio del uso legítimo de la fuerza. El pasado año, tres oenegés de derechos humanos, incluida Amnistia Internacional y Human Rights Watch, conminaban, en una carta abierta, al Gobierno y a la fiscalía a "condenar" y "perseguir" los crímenes de odio contra activistas, feministas y homosexuales, entre otros colectivos.

La ultraderecha, con peso institucional en Rusia

En la vecina Rusia, en cambio, la ultraderecha tiene ya un peso en el Estado y copa las instituciones. Una fuerza política abiertamente xenófoba y ultranacionalista, como el Partido Liberal Demócrata (LDPR), encabezado por Vladímir Zhirinovski, cuenta con 39 de los 450 escaños que forman la Duma, la Cámara baja del Parlamento, e incluso tres óblast (regiones) están encabezados por gobernadores que militan en esta fuerza política.

Más aún, Rusia Unida, el gran partido oficialista del país, que cuenta con mayoría absoluta parlamentaria, ha firmado acuerdos de cooperación con el austriaco Partido de la Libertad (FPO) y mantiene estrechos vínculos con la Agrupación Nacional, de Marine Le Pen y fuerzas similares en Alemania o Italia.

El presidente Vladímir Putin es un ejemplo a seguir para dirigentes radicales europeos como Nigel Farage o Matteo Salvini. Rusia, un país donde la homofobia y la xenofobia son valores al alza y donde se aprueban leyes que legalizan el maltrato familiar, se ha convertido en una suerte de espejo ideológico para la ultraderecha europea, tal y como recordó el politólogo Antón Shekhovtsov a El Periódico recientemente. Estas fuerzas pueden reclamar ahora que no son marginales y que hay "un poder geopolítico" (Rusia) dirigido "por sus mismas ideas", declaró.