Premeditación, nocturnidad, alevosía y en despoblado, tres circunstancias agravantes que concurren en numerosos delitos, rodearon las pruebas que, para su desdicha, maratonistas y marchadores tuvieron que disputar en Al Corniche, junto a la bahía de Doha, en los campeonatos del mundo de atletismo.

Alrededor de la medianoche, sobre un escenario alucinante, generosamente iluminado como un gigantesco plató cinematográfico, los atletas que tuvieron que realizar los esfuerzos más largos evolucionaban por un circuito sin público como héroes de una absurda odisea.

El innecesario desafío terminó, felizmente para la IAAF, sin casos graves de golpes de calor, aunque pudieron contemplarse imágenes dantescas. Un atleta que parecía marchar concentrado, de pronto se desplomaba. Pese a todas las precauciones, los chalecos, las gorras y las bufandas refrigerantes, fueron muchos los que acabaron por los suelos.

La combinación letal de altas temperaturas (superiores a los 30 grados) con una humedad todavía peor, rondando el 80 por ciento, ofreció la peor de las condiciones a los atletas, aun cuando las asistencias estuvieron siempre al quite.

El personal médico dirigido por el español Juan Manuel Alonso tuvo que trabajar a destajo para atender a los desvanecidos y trasladarlos en silla de ruedas a la clínica de meta, donde al cabo de una hora recuperaban el resuello.

Las críticas de los propios atletas a la IAAF han sido duras. El memorial de agravios contiene severas imputaciones para los responsables de haber concedido los Mundiales a Doha sin importarles un ardite la salud de los atletas.

Pese a que el índice pluviométrico de Doha fue 0,0 durante todos los campeonatos, llovía sobre mojado. Porque la elección de Doha, en noviembre de 2014, estuvo rodeada de corruptelas, según se ha comprobado en años posteriores.

La familia del anterior presidente de la IAAF, el senegalés Lamine Diack, y particularmente su hijo Papa Massata, cobraron por ello. Hasta el presidente del París Saint Germain, el catarí Nasser Al-Khelaïfi, está acusado en Francia de "corrupción activa" relacionada con estos campeonatos, en colaboración con el hijo del expresidente de la IAAF.

La elección de Doha levantó ronchas en el atletismo internacional. No sólo porque los presuntos sobornos acabaran con las ilusiones de proyectos brillantes como el de Barcelona -eliminado en primera ronda-, sino porque el primer campeonato en Oriente Medio constituía una amenaza evidente para la salud de los atletas que habían de competir fuera del refrigerado estadio Khalifa.

El español José María Odriozola, hasta estos Mundiales miembro del Consejo Directivo de la IAAF, denunció, en declaraciones a EFE, que "el gran dinero estaba en el control de votos, no solo para las candidaturas olímpicas, sino también para los Mundiales de atletismo".

"De no haber sido por eso", aseguraba, "ni Río 2016, que luego ha sido un desastre de Juegos, para mí los peores de la historia, ni Tokio 2020 hubieran ganado a Madrid, que era mucho mejor candidatura en todos los aspectos. Lo mismo con Barcelona para los Mundiales de 2011 y 2019, y fue la primera eliminada porque éramos honrados, íbamos de buena fe y en este mundillo tienes que ir con otros métodos. Es muy triste que esto haya sucedido por comprar votos, igual que ha sucedido con Mundiales de fútbol y otras cosas".

Premeditación, nocturnidad, alevosía... Faltaba el cuarto agravante, en despoblado, y también concurrió en el maratón y la marcha. Fuera del personal de los propios equipos, no había nadie en el circuito. En un país sin más tradición atlética que su veneración por el saltador de altura Mutaz Essah Barshim, ¿quién, a esas horas, iba a contemplar in situ a los atletas que deambulaban como almas en pena por Al Corniche?

El presidente de la IAAF, el británico Sebastian Coe, alegó la vocación de universalidad del atletismo para justificar la elección de Doha, pero las investigaciones judiciales en marcha sugieren que hubo algo más.