Si Roland Garros es el Versalles de ese imbatible rey sol de la tierra que es Rafael Nadal, conquistador en París de 12 de sus 18 grandes, Arthur Ashe es su palacio de noche. En la central del Abierto de Estados Unidos, en partidos nocturnos como la espectacular victoria que el de Manacor se apuntó el lunes frente a Marin Cilic para lograr su pase a unos cuartos donde se mide este miércoles a Diego Schwartzman, el romance entre el energético público y el magnífico tenista alcanza el éxtasis.

Nadal, coronado tres veces ya en Nueva York, regala a esos expresivos fans la entrega absoluta, la negativa a rendirse cuando un rival que también ha paladeado el triunfo en Flushing Meadows amenaza con tomar las riendas, las jugadas impensables y hasta se diría que imposibles. Los espectadores le pagan rindiéndose a una celebración apasionada. La satisfacción en las gradas y en la pista es plena. El romance crece.

Son en palabras del propio Nadal noches como esta, fiestas del tenis en la pista y en las gradas salpicadas de momentos gloriosos llamados a repetirse en las moviolas como el espectacular pase por fuera de la red con que logró la primera y definitiva bola de un partido que culminó 6-3, 3-6, 6-1 y 6-2, las que mantienen vivo ese amor por el tenis con el que explica su longevidad en el deporte.

Y el campeón reconoce que Nueva York, de noche, es especial, incluso difícil de mejorar. Siempre he tenido una gran conexión con este público, explicaba ante la prensa. Son energéticos y apasionados y es como me considero a mí mismo, sobre todo sobre la pista. Me identifico con ellos. Y tras partidos como estos, vuelves al hotel lleno de energía.

Esa misma energía ya apareció ante Cilic, que tras perder el primer set se apuntó el segundo en una auténtica paliza y forzó a Nadal a cambiar las cosas, porque el de Manacor veía que podía ganar pero dependía de él. Y entonces llegó el cuarto juego del tercer set, el momento en que, según Nadal, cambió todo. Dos puntos sacados de esa chistera de talento, más material para ser repetido en bucle, le ayudaron a romper el servicio en blanco. Se adelantó, devolvía el segundo más adentro, seguía explotando esos primeros y sobre todo segundos servicios que lleva "mejorando los últimos años". Los siete juegos siguientes fueron para él. No había ya retorno para un Cilic arrinconado.

Ese control de la agresividad y el dominio son también claves que el tenista anticipa imprescindibles para su duelo con el argentino Schwartzman, apodado el Peque por su estatura (1, 70), pero que Nadal sabe un grande con control, asombrosa velocidad, capacidad de leer muy bien tus tiros y entender muy bien tu juego. De ese rival rápido, que golpea muy bien de los dos lados, difícil de desbordar y que ya en París el año pasado rompió su racha de 37 sets seguidos y le puso contra unas cuerdas que los parones por la lluvia ayudaron a destensar, Nadal respeta todo. Incluso una hinchada, seguro que sonora el miércoles, que promete disparar, aún más, los decibelios en Arthur Ashe.