Sí, era una amenaza. Jürgen Klopp, siempre tan expresivo, dijo en la víspera que la pretensión expresada en agosto por Leo Messi de devolver al Camp Nou "esa copa tan linda y deseada" podía interpretarse como una amenaza. Lo comprobó, boquiabierto al ver por primera vez de cerca a un genio sin igual. Sabía. cómo no, de las hazañas del 10 del Barça, pero nunca las había padecido. Nunca se había enfrentado a él con sus equipos.

Pues ya lo sabe. A partir de ahora tal vez mida sus palabras cuando hable de él, del Barça, del Camp Nou, del templo, del rock'n roll y modere el tonillo después de la experiencia que vivió con el Liverpool, en directo y sin anestesia.

Un empujón gratuito

Klopp no se tomó en serio la amenaza. Ni avisó a sus jugadores para que no enfadaran a Messi. Las consecuencias suelen ser terribles. A James Milner, por ejemplo, que dio un empujón gratuito al astro, junto a los banquillos, que le sacó de sus casillas, sin ser amonestado, lo que agravó su malhumor.

Desconocía Klopp, seguro, que cuando hay un récord a tiro, una cifra emblemática, a Messi no le gusta retrasar las efemérides. Igual la prensa británica no alertó de que el gol 600 de su carrera andaba ahí cerca, listo para ser atrapado. Solo necesitaba dos tantos. Una tarea fácil.

"Entró espectacular", admitió el genio, de la falta que estampó en la escuadra derecha de la portería de Alisson. La portería de la Diagonal. La portería que defendía Valbuena para el Albacete donde entró el primer gol de Messi. Fue el 1 de mayo del 2005. Una suave vaselina en un vuelo que nadie imaginó que sería tan largo, tan duradero, tan alto tan histórico, tan inolvidable, tan insuperable. Catorce años después: el 1 de mayo del 2019.

Destruido en el suelo

Destruido acabó Messi, en el suelo, después del enésimo contrataque en el minuto 95. Destruido por la carrera y por la desesperación de ver el grave error de Dembélé rematando en semifinallo a las manos de Alisson, echando por el sumidero el posible 4-0.

"El 3-0 es un resultado muy bueno. Esto está definido, vamos a una cancha muy difícil, con mucha historia y que aprieta muchísimo", dijo a pie de campo, recuperado el resuello. Recuperando el recuerdo de Roma que ha acompañado al Barça en la Champions. Una cicatriz en la piel de los culés. Los azulgranas se han untado aceite de mosqueta, victoria a victoria, para borrar aquella señal. Roma marcó la frontera de lo admisible en una eliminación europea.

El tatuaje de Roma

El Manchester United despertó la memoria en la anterior eliminatoria y los jugadores tomaron nota.“Hicimos un fútbol espectacular”, comentó Messi, al final de aquel partido, pero después de esta entradilla: “No podemos salir así en la Champions. Tenemos la experiencia de Roma y en cinco o diez minutos te pueden echar fuera”.

Dos semanas después, el Liverpol salió lanzado como el United pero el Barça esta vez no estaba frío y nervioso, como dijo el capitán. El Barça corrió y pegó. Y sufrió más tiempo ante un señor equipo. "Estábamos asfixiados, jugamos mucho rato al ritmo de ellos", admitió Messi. Nada que ver este Barça con Roma y el Roma, tatuado en el alma de Luis Suárez como prueba del último gol que había marcado en la Champions.

Un año con esa lacra que quedó borrada en otro día señalado. Ante su antiguo equipo, recuperó para la hinchada roja aquel delantero aguerrido y peleón -y goleador, muy goleador (82 tantos en 133 partidos)- al que tanto adoraron. Más tiempo estuvo Coutinho y menos huella dejó. Sensaciones extensivas a la actuación de ambos en el duelo que les enfrentaba a su pasado.

"Entramos en un momento definitorio y tenemos que estar unidos", interpeló Messi a la hinchada azulgrana por los pitos al brasileño. No es el momento de pasar cuentas. Madrid espera, con escala en Liverpool.