Un purista del verbo diría que la Liga se ha «democratizado» a tenor de lo sucedido en las diez jornadas que se han disputado. Tres de los siete equipos que representan a España en Europa (Betis, Valencia y Villarreal) se encuentran entre los diez últimos clasificados, a los que hay que sumar el pedigrí de un Athletic asomado a los puestos de descenso. Vale, ningún club está libre de pecado de caer en estado de crisis (hasta el ponderado Valverde que ahora lo puso en el disparadero fue el balón de oxígeno de Lopetegui en los primeros meses de competición, con aquella derrota en Leganés y el empate en casa frente al Girona), pero el devenir del Real Madrid no es espontáneo. Lo viene incubando. Hace solo cinco meses, si la Juve o el Bayern hubiesen apuntillado a los blancos en la Champions, que cerca estuvieron, los madridistas no tendrían nada que celebrar, habrían acabado a 17 puntos del Barça en una Liga de la que se habían desenganchado por Navidad. Pero Europa fue esos árboles que impiden ver el bosque. El mismo Real Madrid que se había desamortizado con las salidas a precio de saldo de los Morata, James..., volvía a devaluar la plantilla, menos competitiva aún, en esta ocasión hasta con el menoscabo a su recurrente pegada envolviendo con un lazo a su mejor artillero en lo que va de siglo, Cristiano Ronaldo, por un coste ridículo. La plantilla lleva tres años perdiendo músculo, y aunque la afición confía, tal vez ingenua, en que la zona noble del palco del Bernabéu va a volver a abrir las puertas con obscenidad para presentar algún nombre que permita recuperar el orgullo, lo que ha encontrado a cambio es la peor hoja de ruta cuando no se quiere ver que las cosas van a mal: por un lado la inacción del que manda y por otro la falta de alguien que le diga al rey que cabalga en pelota picada. Florentino Pérez es hoy en el Real Madrid el presidente y director deportivo (y habría que ver esos whatssaps que continuamente teclea en el palco hacia dónde van dirigidos). Qué bien lo interpretó Zinedine Zidane. Fue listo el francés. Adivinó otro episodio de grandeza, de soberbia. Y hasta casi de ignorancia. El de Marsella no estaba dispuesto a tener que poner buena cara al ver cómo sus llamadas de alertan caían en saco roto, decidió que no se iba a plegar pese a haber pedido con insistencia la salida de alguno de los jugadores que habían agotado su paciencia con un rendimiento estéril a la vez que todos los comodines para seguir de blanco, salvo el de la simpatía del presidente El otro día se preguntaba Jorge Valdano quién le habrá dicho a uno de los mimados de Florentino, Gareth Bale, que tiene autoridad para hacer lo que le dé la gana en el terreno de juego. Y la respuesta no se duda. Se equivoca Florentino y conduce al Real Madrid a tal vez un abismo histórico, pero nadie se atreve tampoco a cuestionarle desde dentro del club que quizás la prioridad no sea ahora invertir más de 500 millones de euros en esa obra faraónica con la que pretende perpetuarse solapando a Bernabéu si es preciso, si no la reconstrucción de un equipo que se arrastra por la Liga sin el pundonor que siempre ha llevado por bandera, y que deje ya la ignominia con la que cierra los ciclos de leyendas del equipo como fueron las solitarias despedidas de Del Bosque, Hierro, Raúl, Casillas, Cristiano... Solo porque yo lo valgo, Florentino, el rey desnudo.