Era el único capaz de pasearse por el paddock de la catedral de Assen, en Holanda, con una camiseta con 21 chicas dibujadas graciosamente mostrando todo tipo de pechos y que nadie reparase en la estampación. O sí y le guiñase el ojo con la complicidad que vivíamos los encuentros con el mítico Ángel Nieto.

Era el único capaz de regresar de unas vacaciones en la República Dominicana y aceptar el reto de lucir esa zamarra en Assen después de que un colega de batallas miles (sí, alguna nocturna, pues, como dice Valentino Rossi «Ángel era capaz de noquearnos a todos a las cinco de la madrugada») le regalase la camiseta y le retase, cómo no, a que la luciera en Assen.

Ángel formaba parte de nuestras vidas en el Mundial de motociclismo, una ciudad de 2.000 habitantes, que se monta y desmonta 18 fines de semana al año en los lugares más recónditos del mundo. Y ahí estaba Nieto, con su motito eléctrica, casi de bolsillo, paseándose por el paddock, pendiente de todo, como si buscase que alguien le necesitase y no solo mirando por el rabillo del ojo cómo les iba a sus hijos mayores, Gelete, técnico del equipo Avintia, y Pablete, mano derecha de Rossi en el equipo VR46 de la Academia de Tavullia.

Nieto nos ha dejado tras no poder superar el accidente más absurdo que se ha producido en la fiestera y bella isla de Ibiza. Había sufrido, como contaba, la fractura de 17 huesos (clavículas, escafoides, tibias, pelvis…) y solo los malditos escafoides le habían retenido en el banquillo durante seis meses, pues no había manera de que los huesos, los injertos, se pegasen y esa muñeca dorada volviese a retorcer con eficacia el puño del gas. Su pequeño Hugo, que juega al tenis con 15 años en la Academia de Nadal, ha sido su última pasión.