Dos décadas ha necesitado Japón para encontrar a un guerrero contra las huestes de Gengis Khan. Kisenosato Yutaka ha sido ungido como yokozuka o gran campeón de sumo, una categoría que hasta ayer solo disfrutaban tres mongoles. Sus 178 kilos repartidos en 187 centímetros de altura soportan ahora la presión de repuntar la afición al deporte nacional japonés y de dignificarlo después de años oscuros.

La Asociación de Sumo (JSA, por sus siglas inglesas) ha propuesto al fin elevar al rikishi o luchador de la categoría de ozeki a la de yokozuka. En ese penúltimo peldaño se había eternizado Kisenosato. Su nombramiento es doblemente histórico: ningún japonés lo había conseguido desde 1998 y nadie desde 1926 había necesitado participar en 73 torneos.

La gloria le ha llegado cumplida la treintena. La prensa nacional, que le ha saludado con la pompa que merecen los héroes nacionales, pormenoriza estos días su tránsito desde su infancia rural en la prefectura de Ibaraki hasta los neones tokiotas. Para Japón, felizmente al margen de la globalización y celoso de sus tradiciones, es duro soportar el dominio extranjero en el dohyo o anillo circular. Los últimos cinco luchadores nombrados yokozuka nacieron lejos del país del Sol Naciente: cuatro mongoles y un hawaiano. El mongol Hakuho superó el pasado año al mítico japonés Takuho como el luchador con más títulos de la historia.

Y contra la competencia, Japón limitó el número de extranjeros a uno por centro de entrenamiento. Pero fue inútil. Aunque los extranjeros solo representaban el 7% de los 600 luchadores profesionales en Japón en el 2013, copaban el 30% de las clasificaciones. Varias razones explican el auge de la presencia extranjera. La monacal vida del luchador de sumo se le hace insoportable a la juventud tecnificada japonesa. Los rikishi son captados en la adolescencia y les esperan muchos años de sacrificado entrenamiento en pos de una gloria que solo disfrutará un puñado de ellos. Duermen, comen y entrenan juntos en los establos con un rigor marcial.

Y después está la decreciente aura de respetabilidad. Aquellas arrobas en taparrabos, ancestrales depositarias de honor, dignidad y rectitud, encarnan hoy todas las flaquezas humanas. Los rikishis sancionados en los últimos años no son pocos: borrachuzos pendencieros, ludópatas...

La mafia de por medio

La cadena de televisión pública renunció a emitir cinco años atrás el célebre torneo de Nagoya alegando su relación con la mafia cuando 55 miembros de la yakuza ocuparon las primeras filas. Es sabido que muchos luchadores de sumo jubilados se reciclan como cobradores de deudas o matones.

Fue Asashoryu el que abrió en el 2003 la senda mongola. El gran campeón, que frecuentaba tanto las páginas deportivas como las de sucesos, hubo de renunciar tras atizarle pasado de copas a un cliente en un bar de Tokio. Quizá en todo eso pensaba Kisenosato esta semana cuando subrayaba su voluntad de ser «digno del respeto de la gente» y «no deshonrar el título de yokozuka».