Exceso de jeta en El Arcángel

En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traición. Fidel Castro tomó la frase prestada de San Ignacio de Loyola y el Comandante no ha sido el único que la aplicó como norma de actuación. Porque El Arcángel se ha convertido en un búnker para los propios y en la casa de tócame Roque para extraños. Si se tiene el 12º presupuesto deportivo de la categoría, se dice que el objetivo es el ascenso y patada para delante. Si se sale con la plantilla más corta de Segunda, se asegura que es el equipo más equilibrado y de más calidad. Y si se baten récords de ingresos y beneficios, se declara que no se está «en disposición» de invertir más en lo deportivo, y otro punterazo a la pelota -pinchada ya- y que aprieten el culo los demás: la afición animando siempre, «que es lo que le corresponde», el entrenador sin herramientas, abrazando el discurso oficial «como es su obligación», los jugadores sin alternativas en el banquillo, aunque muchos, con contacto directo con su particular comandante... En definitiva, que «pongan ustedes el 100% que yo pondré el 28%». Y si el plan no sale, siempre se podrá echar la culpa a los «enemigos externos». Así, los que están en el búnker tienen identificado al responsable, aunque ya saben, toda disidencia...

Pero el fútbol tiene sus cosas buenas. Esas que convierten un trágala continuo en la realidad, que da en la jeta de más de uno hasta romperla. Llegó un equipo serio a El Arcángel, ordenado, con las ideas claras, bien en el balón parado y con herramientas suficientes, tras inversión, como para poder declararse candidato al ascenso. Ojo, que no dio el Getafe un recital, que no se le vio combinar de manera excelsa, que no estuvo exento de sus pequeñas dudas en defensa. Pero para este Córdoba, el de la 2016/17, este Getafe se equipara al Atlético de Madrid de Simeone. Demasiado arroz para tan poco pollo.

Y se vio casi desde el inicio. Ver a un equipo de Bordalás tener el balón durante varias fases del encuentro e incluso desde el inicio era síntoma del nivel del conjunto blanquiverde. Una jugadita de Rodri y Bergdich con un disparo de Alfaro creó la falsa ilusión en la grada de que el partido estaba equilibrado. Pero los síntomas que transmitían el cordobés Álvaro Jiménez, Dani Pacheco o Jorge Molina se convirtieron en mal declarado cuando apenas se pasaban 20 minutos de partido y tras un par de avisos claros. Tras un despeje en una falta azulona, Álvaro colocaba el balón de cabeza en el área pequeña y Gorosito transformaba el primer gol visitante. Apenas dos minutos después y de nuevo a balón parado, Dani Pacheco ponía el balón en la cabeza de Gorosito, completamente solo. El travesaño salvó al Córdoba del segundo mazazo y tres minutos después era Jorge Molina el que ponía un nudo en la garganta tras un centro desde la banda de Molinero. Al delantero le faltó saltar cinco centímetros más. El gran aporte ofensivo del Córdoba, con el marcador en contra y superado por un rival que le acogotó, vino por un error del propio adversario. Alberto tuvo que salir de su área ante Rodri tras una cesión atrás de Lacen.

Los pitos de la grada al final de la primera parte estaban justificados, tanto por la derrota, como por la imagen ofrecida.

Una imagen de un equipo que jugó con un carrilero (que no lateral derecho), con un central que hace nada alternaba Tercera y Segunda, con otro central llegado como lateral derecho o central derecho actuando como central izquierdo. Con un lateral zurdo que necesita una alternativa que no tiene, con un extremo derecho que bajó la pasada temporada a Tercera, con un mediapunta al que la grada despidió ayer con bronca y con un delantero que... Eso. Y con un delantero. El club se autoproclamó hace cuatro meses candidato al ascenso como podía haberse propuesto favorito a ganar la Copa Davis.

La cosa no mejoró tras el descanso, porque la sensación que transmitió el Córdoba es que aceptaba la superioridad del rival. O la propia inferioridad, para ser más exactos. El Geta demostró lo necesario para estar en esta Segunda con alguna aspiración real: competir los balones divididos, presionar con orden en el mediocampo, mostrar contundencia en la zaga (con alguna excepción momentánea), exprimir al máximo el balón parado y buscar al rival en sus momentos de más debilidad: por descolocación o por velocidad. Y en una de esas, sin excesivo esfuerzo, cazó al Córdoba a la contra, con una internada de Portillo por banda, que puso el balón al segundo palo, en donde Jorge Molina, sobre la marcha y de volea, fusilaba a Kieszek. La grada empezó a acordarse del palco, de los jugadores y (novedad) hasta de Oltra. Cinco minutos después del segundo, el Geta pudo anotar el tercero tras una contra de Pacheco con balón a Molina que, solo ante Kieszek, no supo superar al polaco.

Volvió a aparecer la mofa a los jugadores, esa que tan poco gusta a la presidencia, que no capta aún hacia dónde va dirigida, en realidad, esa ironía. Llegó el tercero, con un centro chut de Jorge Molina que empujó Facundo sobre la línea de gol y dos minutos después, Pedro Ríos intentaba maquillar algo el resultado con un disparo desde fuera del área.

Para ese momento, el estadio se había quedado semivacío, la mayoría de las ausencias a causa del hastío y del engaño continuo. Alguna de esas ausencias fue obligada al ser desalojado el aficionado por la seguridad a causa de su crítica a la propiedad. Ya se sabe: las disidencias en los búnkers son alta traición, aunque sean para recordar una pésima gestión que desemboca en sumar solo cinco puntos de los últimos 27 en juego y caer ante un rival cuya virtud principal fue la seriedad. En resumen, un exceso de jeta en El Arcángel.