Revisando las conversaciones de anoche, me detengo en Sara. Dice que no puede hacer todos los cuadros inmensos, que entonces cuál sería el protagonista. Hay que dejar espacios, respirar. Por eso a veces coge pequeños papeles de acuarela y los pinta en media hora, aunque los lleva pensando todo el día: paisajes abstractos donde abunda cielo, luna, parques nocturnos y farolas encendidas. Los tiene esturreados por su cuarto. Son mis favoritos.

Quizá he sido injusto con el Córdoba. No puedo estar siempre exigiéndole lo máximo, nadie da eso. A partir de hoy voy a ser más permisivo, más cariñoso. Aunque eso lo digo ahora, que estamos bien. Habrá que ver cuando empiece a cabrearme, pero bueno, al menos tengo el propósito.

Durante meses he almacenado en el armario unos pantalones con la cremallera rota. Estuve a punto de tirarlos, hasta que mi suegra me la arregló. Hoy me los he puesto y los noto muy apretados, bien porque han encogido o porque yo he engordado. No sé qué es más difícil. Mi jefe siempre anda diciendo que tiene que mirar dos veces para verme. Son incómodos para la bici, pero aún así estoy disfrutando el paseo al estadio. He aprendido a hacerlo.

La madrugada del viernes unos nenacos intentaron romperme el candado. Es curioso. Unas horas después alguien colocó una servilleta con un poema en mi sillín: Tal vez haya alguna palabra por ahí que describa el mundo tal y como es. Charles Simic / 2011. Del robo al regalo. Qué fina es la línea entre la pena y la alegría. Igual que en el fútbol. Ahora la línea es gorda. Ahora quiero más a mi bici.

Antes no la cuidaba. No la engrasaba, no la limpiaba, el manillar era un esparadrapo... Incluso la llamaba despectivamente la carraca, por el ruido que hacía. Esta mañana he ido a comprarle un candado mejor; me ha costado doce euros.

También empezaré a valorar a mi equipo. Hay que estar cerca de perder para apreciar. Así que he optado por tomar una actitud más positiva. ¿Recuerdas con lo poco que nos conformábamos hace diez años? No me voy a quejar ni por los dos fumadores que tengo a mi lado. No me voy a quejar más. El partido de hoy ha sido como uno de esos cuadros pequeños de Sara: no hacen ruido pero sirven para llenar una exposición. Quizá no luzcan tanto, pero son necesarios.

Me quedo sin punta en el lápiz. Acabo. Además, quiero irme corriendo, a ver si ha pintado más. Con un poco de suerte le sobran acuarelas y alguna se queda en mi salón.