Después de atravesar los tres controles de acceso de un Parque Olímpico que aún parece a medio terminar, entramos por segunda vez en 24 horas al polideportivo donde el conjunto español de gimnasia rítmica se juega la medalla que le fue arrebatada de forma injusta en Londres 2012.

El público local, enamorado definitivamente del «equipaso» tras el excepcional pase del día anterior y la ausencia de Brasil en la final, tiene claro que animar a España es obligatorio y necesario. Bien es cierto que no es el único equipo en competir con música oriunda del continente del país anfitrión, pero sí el que mejor supo empatizar con los espectadores desde el primer momento gracias, sobre todo, a su latinísimo ejercicio de cintas.

Dos rotaciones impolutas provocan el delirio del respetable y la emoción elevada a la máxima potencia entre el cerca de medio centenar de familiares y amigos de las bicampeonas del mundo que tuvimos la suerte de estar presentes en Río. Muchos, la mayoría, sufren y disfrutan con la misma ropa del sábado por pura superstición -sellamos nuestro billete como primeros a la fase decisiva-, otros lo viven de pie y los hay que no pueden mirar por culpa de la tensión acumulada.

Al término de ambos ejercicios, varios denominadores comunes: suenan las palmas, los olés y vuela de lado a lado en la grada el mismo sombrero cordobés que acompaña a Lourdes Mohedano, pura raza de los pies a la cabeza, desde sus primeras apariciones internacionales. El reloj, a diferencia de nuestros corazones, no para y Rusia, irregular, con solo un ejercicio impecable de cuatro, se cuela en lo más alto de la clasificación por delante de España a la espera de conocer el resultado del mixto de Italia y Bulgaria -el ejercicio de cintas de Bielorrusia e Israel las alejó del podio-. Ninguna falla, pero tampoco nos superan en la clasificación general.

Somos plata con sabor a oro. La rítmica nacional, con nuestra «chica» en primera fila junto a sus compañeras y cuerpo técnico, gana una medalla en el evento deportivo más importante 20 años después. Nada más recoger su ya favorita y pesada presea mira al cielo, agradece a los suyos que marcharon antes de tiempo la fuerza enviada y se acuerda de Córdoba y Peñarroya-Pueblonuevo, orígenes que ama convertidos en pilares básicos a la hora de afrontar con fuerza su sacrificada rutina madrileña. Desde Brasil y aún en una nube, puedo teclear bien fuerte que es para mí un orgullo indescriptible ser hermano de una mujer cuyo trabajo, alegría y pasión admiraremos toda la vida los que, por suerte, la tenemos cerca.