El fantasma del fallecido sobrevoló anoche el Ciutat de Valencia. Y no produjo miedo, sino indignación ante su grotesca imagen, porque hasta de cuerpo presente hay que tener un mínimo de elegancia. El Córdoba sumó anoche su vigésima derrota en su triste deambular por lo que debió ser una fiesta y se ha convertido en un eterno sonrojo. No por el descenso en sí, sino por eso que tanto pierde a este Córdoba desde un lado a otro y de abajo a arriba: las formas.

Ya en la previa se adivinaba la triste noche con la obligada ausencia de Borja García, que debió salir hacia Madrid ante el grave estado de su padre, con lo que José Antonio Romero formó un 1-4-4-2, ya que dejó también a Cartabia en el banquillo e introdujo a Fede Vico por la izquierda, Fidel por la derecha y dejó a Bebé como acompañante de Ghilas. Mientras, el Levante saltaba con más precauciones de las previstas, con tres centrales y dos carrileros, dejando arriba la pareja formada por David Barral y Víctor Casadesús. Ellos dos se bastaron y sobraron para hacer lo mínimo que necesitaba el choque para ser desequilibrado, con un contragolpe en el que los cordobesistas fueron meros espectadores. El gaditano, en la esquinita del área pequeña agradeció el favor y cruzó el balón ante Juan Carlos.

No dio mucho de sí la primera parte. Tampoco el partido. Pero en ese acto inicial el Córdoba tuvo algo más de balón y una ocasión a cargo de Bebé, que se topó con Mariño. Las imprecisiones eran constantes, el juego ausente y, por lo tanto, las ocasiones, mínimas. Pero ahí estaba el Córdoba, haciendo como que competía ante un rival que necesitaba los puntos para tener pie y medio en Primera la próxima temporada. Un Levante tenso, nervioso, pero a fin de cuentas un equipo competitivo. Mientras Fidel hacía de Fede Cartabia, Fede Vico de Fidel y Ghilas de Florin, el Córdoba no lograba hacer equipo. La misma cantinela de toda la temporada, justo castigo resacoso a aquel verano de vino y rosas. Parecía que el mundo se acababa entonces y no... El mundo se acabó anoche con una de las mejores oportunidades que ha tenido el Córdoba para crecer de una vez y convertirse en un equipo de Primera de verdad. Modesto quizás, pero logrando dejar atrás definitivamente tantas décadas de penuria. Ahora tocará volver a escalar la montaña después de tirarse incomprensiblemente cuando estaba casi en lo más alto, cuando podía hacer cumbre.

Tras el gol de Barral, la única reacción fue un centro de Ghilas que cabeceó Íñigo López, por lo que José Antonio Romero decidió que lo que necesitaba el equipo era un cambio del lateral derecho. La mueca de contrariedad era inevitable al ver entrar a Gunino por Crespo, pero ¿qué más daba? El Levante, fiel a los conceptos de Alcaraz, dejó hacer al Córdoba para intentar rematarlo a la contra. Y con 45 minutos de balón entregado por el rival conscientemente, los blanquiverdes, simplemente no supieron qué hacer. Se fue Fidel con un cabreo mayúsculo para dar entrada a Fede Cartabia. Y también entró Héldon por Deivid, pero ¿qué más daba?

Un tirito de Bebé por aquí, otro de Cartabia por allá... El Córdoba transmitía la sensación de jugar un amistoso veraniego ante un rival de Champions. Cuando aparecían más nervios en los granotas se veía un poquito más lo blanco y verde. Cuando los locales lograban mantener la serenidad, no había nada que hacer. En todo caso, el partido fue un tostón y los únicos que podían arreglarlo no estaban por la labor. Poco a poco se fue muriendo el encuentro y hasta Juanfran ofreció una oportunidad para anotar, pero Ghilas anduvo muy lento para girarse, dentro del área. Gil Manzano decretó el final para que el Levante celebrase el triunfo en la medida de lo que significaba y para que el fantasma levantara el vuelo de una vez y dejara constancia de que la descomposición percibida hace unas semanas seguía ahí. Tanto, que hay que dar la razón en que este Córdoba sí que está en el umbral... Del ridículo.