Se ha pasado la vida en las vías, viendo pasar las locomotoras, aunque su verdadera vocación siempre ha sido el futbol: coger a los jugadores en categorías inferiores y que sigan los carriles hasta la profesionalidad, hasta donde el fútbol y la propia competición les indiquen la parada final.

Se apeó en estaciones provincianas y, casi siempre, en un más que discreto segundo plano, la élite del fútbol se le quedaba lejos desde los campos de albero donde seleccionaba juveniles futuribles.

Encontró acomodo en El Arcángel, un sitio para volver, hace más de 20 años, en las categorías inferiores del club, hasta que un nuevo pasajero se unió a la senda blanquiverde y, cuando apareció Carlos González. Entonces pasó a ser el maquinista principal del fútbol base, un tren sin moderneces que, sin embargo, llegó a competir con la alta velocidad: juveniles en Copa del Rey y fase de promoción del filial.

Por fin la temporada pasada le llegó el momento: un equipo propio, un Córdoba B hundido. Una salvación histórica y un primer equipo en coma le han valido para tomar los mandos del Córdoba, lo que siempre había soñado. Por eso, tiene más claro que nadie que hay trenes que solo pasan una vez en la vida. Es José Antonio Romero, entrenador de Primera División.