Venimos observando con demasiada frecuencia en nuestros terrenos de juego los comportamientos tan dispares en las decisiones técnicas y disciplinarias por parte de los árbitros españoles que ostentan la categoría de internacional cuando dirigen partidos de competición nacional y cuando lo hacen en el terreno internacional, en donde entre otras instrucciones les recomiendan que hagan lo posible por terminar los partidos sin jugadores expulsados.

Una prueba de ello fue la expulsión del cordobesista Pantic por, según el acta arbitral, "derribar a un contrario malogrando una ocasión manifiesta de gol". Rara vez puede ser esa jugada una ocasión manifiesta gol cuando la misma se desarrollaba poco antes de llegar al vértice del área; por lo tanto, no estaba perpendicular a la portería y, además, con otro defensor a la misma altura del infractor.

En la segunda expulsión, la de Iñigo López, no hubo obstrucción ni derribo alguno: fue el delantero el que arrolló al defensor cordobesista, que hasta tuvo que protegerse poniéndose las manos en la cara.

Todo esto, unido a las contínuas amonestaciones producidas por lances normales del juego, a la falta total de diálogo en el terreno y a su autosuficiencia en la forma de señalar las faltas, nos hacen pensar dos cosas. Una, que para un árbitro del grupo de elite de UEFA un partido como el de ayer es un partido 'menor' y que puede salir perjudicado el Córdoba, porque tal como está en la clasificación "la temporada próxima no voy a ir allí".

Personalmente, al terminar el partido me hice la siguiente reflexión: ¿Hubiera hecho lo mismo en un partido de UEFA o de FIFA bajo la mirada y el informe de un delegado de partido de estos organismos?