Lo consiguieron. La victoria que querían dedicarle a Tito. Nunca les fue nada fácil a este grupo de jugadores, por más que la amplia y brillante colección que ha atesorado de títulos así lo sugiera, y tampoco resultó fácil añadir el triunfo más sentimental. Necesitaron que el Villarreal cerrara el completo homenaje al recordado entrenador.

Tuvo que ser Messi, uno de los niños que dirigió Tito en el cadete del Barça en sus inicios como técnico, quien firmara una victoria con altísimas dosis de sobrenatural. Tal vez fuera Tito, desde allí donde esté, quien influyera en su ausencia, como cuando llamaba por teléfono desde Nueva York, para que sus deprimidos expupilos cerraran la semana con un triste consuelo. Porque la derrota no solo habría sido un fracaso íntimo, personal, sino la despedida definitiva de la Liga.

Con Messi se alió Cesc, suplente ayer otra vez, asistiéndole de cabeza. Otro nanu de aquel cadete, que cerró los ojos en el banquillo conmovido durante el minuto de silencio. La jugada la empezó Busquets, quien tuvo que secarse las lágrimas cuando en El Madrigal no se oía ni el zumbido de la electricidad.

NO BASTA CON VOLUNTAD Esas lágrimas demostraron que el equipo (al menos, algún jugador) no estaba para jugar. La voluntad de hacerlo, y dedicárselo al hombre que les guió a una Liga de récord, se apartó de ellos por un cáncer y falleció el viernes, no era suficiente. Débil de ánimo, zaherido con tanta desgracia y tanta frecuencia, el Barça se encaminaba a la cuarta derrota en cinco partidos en ese abismo sin fin que ha sido abril, cuando ha perdido dos títulos y se ha despedido del tercero.

Porque voluntad hubo a toneladas, como siempre. Eso no ha faltado nunca (quizá en Valladolid). Pero lo que sí ha faltado, y ha sido una constante a lo largo de la temporada, ha sido una mayor dosis de fútbol. Ideas y velocidad de ejecución en la construcción del juego han sido, en resumen, las mayores lacras del equipo. Ha atacado con lentitud y se ha encontrado siempre defensas cerradas, ya colocadas, a las que no podía sorprender sin acelerar.

Asegurar los pases para evitar riesgos y contragolpes no ha producido los efectos deseados: han seguido cayendo goles con el mismo veneno, tan conocido como la debilidad en los córners. Por la derecha aprovechó el Villarreal el desierto que dejaba Alves en el primer gol y por la izquierda llegó el centro que cabeceó Trigueros, libre como un pajarito.

REMATADOR EQUIVOCADO Al Barça le ejecutaron un centrocampista que no marcaba desde septiembre y un debutante en Primera. Las caras eran un poema en unos jugadores carentes de confianza, ayer más que nunca. Los centros de Alves y las aventuras de Messi (y las faltas) parecen la única fórmula que conoce este equipo, a las que se abraza con la desesperación de quien se siente desamparado, falto de inspiración, pero que nunca se abandona. Dos centros de Alves encontraron el rematador equivocado y Tata podrá seguir aspirando a retener la Liga que reconquistó Tito.