Tres amigos charlaban en una discoteca el viernes por la noche. "¿Vais a ir mañana a los conciertos?", les preguntó una chica. El rubio dijo que sí, que por supuesto. El más alto que también, pero que ya se había comprometido con su novia; el más delgado miró al rubio y torció el gesto. Tenía partido. "No importa, me apetece estar solo", se consoló el rubio.

El sábado, el chico delgado pasó en bicicleta cerca de la Axerquía, camino del estadio. Faltaban veinte minutos para las ocho. Escuchó con claridad los acordes musicales y se imaginó a su amigo en primera fila, solo, con una cerveza en la mano. Le dieron ganas de pararse, pero continuó. Llegó al estadio y se encontró silencio. El silencio duró 18 segundos. Fue el homenaje a Tito Vilanova y a las once personas que hace 50 años perdieron la vida cuando iban a El Arcángel y el autobús cayó al río. Al chico delgado le entró un escalofrío.

Una pancarta gigantesca nació de la preferencia alta. El rey Heredia no se cierra . Duró seis minutos. Como tapaba una valla de publicidad, obligaron a doblarla. Más tarde unos agentes de seguridad le quitaron a los ultras las banderolas. Como protesta, estos se sentaron, aunque siguieron cantando. Al instante volvieron a su posición habitual.

La tarde se consumía lentamente sin demasiados sobresaltos, solo con el bonito gol de Pedro. Había más alboroto con los goles del Real Madrid anunciados por el videomarcador que en cualquier jugada del partido. Mientras duró la luz del sol hubo algo que ver. Cuando de repente apareció la noche, bien pudieron apagarse los focos, pues nada sucedía sobre el césped. Era tal el aburrimiento, que en la grada un seguidor comenzó a hablar del cielo. "Hoy he visto una nube con forma de seta". Al principio no obtuvo respuesta, así que insistió. "De verdad, era idéntica a una seta, clavada; o bueno, quizá se pareciera a un champiñón", dudó. Había captado la atención de dos aficionados; ninguno de los tres vio el gol del Mirandés.

La tarde apacible fue sustituida por una noche de nervios. La madera sonó en dos ocasiones. La única música venía de Miranda de Ebro y en ese instante el chico delgado se acordó de que fue en esa localidad cuando hace varios años vio con su amigo rubio el concierto que hoy se estaba perdiendo. Casualidades de la vida, pensó, mientras abandonaba el estadio y comprobaba cómo unos niños con el chándal del Salvador Allende se consolaban con ver al Betis aquí el año que viene. El consuelo para el chico delgado fueron unos auriculares y una llamada telefónica a media noche con gritos desafinados. "Nube gris riega todo el jardín, todo el jardín, todas las flores que no probé...".