El Córdoba vuelve a tener quien lo lea. Entremezclado en una visión onírica, dibujando paisajes de sueños en el horizonte, y detalles que lo acercan al realismo mágico, se vuelve a presentar ante sus lectores. La lectura es distinta. Los renglones distorsionados y torcidos del descenso dejan páginas abiertas para que alguien los enderece. La historia no está siendo fácil y el desenlace está abierto. Los críticos literarios subrayan lo antiestético de la obra. ¿Ahora? ¿Acaso no lo fue desde su inicio? La proeza inédita de escribir tres capítulos consecutivos con final acertado no es suficiente para evitar el lamento lánguido de quien niega verosimilitud a la trama. A falta de siete para el epílogo, resulta indecente poner el acento en la falta de contenido de un libro que la luce desde su infancia. Pero ése es el juego. "No juega a nada", lo han escuchado con regocijo, ¿cierto? Lo que antes era igualdad ahora se confunde con mediocridad. "Está donde estaba...". Sí, ése es el juego. Lo que debiera ser una oda de esperanza se ha convertido en una elegía lánguida, inconformista e incluso indiferente para quienes crearon sus intereses en el costado de la propiedad. Así se construye la historia. El Córdoba vuelve a tener quien lo lea. El discurso de los personajes viste ahora una modestia sobrenatural propia de quien ha sufrido el escarnio público. Están ahí, en escena, a pesar de esa voz irónica, en modo aparte, que le recuerda que pronto volverán a la cruda realidad. Están ahí, a un partido de la salvación y a otro de lo que ustedes saben. Restan siete capítulos para cerrar la obra. Siete. Lecturas hay muchas y cada cual hace la suya, pero que tomen buena nota los hermeneutas: sigue, muy a su pesar, habiendo libro. Ustedes lo disfruten.