Cómo de desesperado tenía que encontrarse Villa para, seguramente con enorme dolor, renunciar a uno de sus principios. No tuvo que ser fácil para el técnico dejar en el vestuario a Abel justo en el descanso para dar entrada a un delantero. Acertó y enmendó así el error de tantas jornadas, cuando se empeña en colocar a Caballero en la media punta, alejado de la única posición en la que hace daño. ¿Qué necesidad hay de desperdiciar 45 minutos? ¿Por qué se obstinan muchos técnicos en mantener a jugadores que resultan una rémora para el equipo? Imagino que influye el fútbol invisible, el que solo sus protagonistas ven y conocen, pero precisamente por culpa de ese fútbol invisible caen tantos entrenadores. Amigos en este deporte no hay, por mucho que sus protagonistas se empecinen en buscarlos. Lo único que hay son resultados y 90 minutos para juzgar. El resto, poco importa. Bastante tiene cada uno con sostener su vela como para preocuparse con lo que ocurre entre semana en la ciudad deportiva o en el vestuario. Así que lo que se ve son 90 minutos. Y hay una constante que se repite --el Córdoba juega muy poco-- a la que hay que poner remedio.

Es tarea del técnico tratar de enderezar el rumbo, y de los jugadores ser maduros como para aceptar cualquier medida que les afecte. A través de la autocrítica es como se crece. Están muy bien los mensajes optimistas y de unión, pero conviene no dejar de mirarse al ombligo y que cada uno piense el papel y el rendimiento que está teniendo en el equipo. Quizá así sea más fácil remar: con sinceridad y objetividad a la hora de tomar decisiones.