Con Messi más cerca que nunca de la cal, tan pegado como estaba a la banda derecha, tal si fueran los viejos tiempos de Frank Rijkaard en el Camp Nou, era la tarde elegida por Neymar. Un joven de 21 años, descarado, osado, alegre en su fútbol, que se asomaba al clásico con la ilusión de un niño. Pero jugó como un adulto. Como si llevara toda la vida vistiendo la zamarra del Barça, conectando con Iniesta, alejado, eso sí, de Messi e iluminando a un estadio que veía cómo Messi era más "terrenal" que nunca, esa fue la palabra que empleó Zubizarreta. Con Messi desaparecido, "Neymar jugó un buen encuentro, pero creo que hizo partidos mejores", confesó Martino.

Tal vez tenga razón el técnico argentino, pero Neymar se sintió más cómodo que de costumbre, encarando a Carvajal, Varane, Sergio Ramos; todos ellos desfilaron en algún momento por la banda derecha. Neymar se elevó sobre sí mismo. "Su gol nos dio mucha confianza, adelantarse en el marcador en un clásico es casi un 60% o 70%", subrayó Xavi, erigido en el capitán de un equipo que deja al Madrid a seis puntos de distancia. Pero no solo el gol adquirió un valor incalculable, también la entereza que mostró para resistir el temperamento blanco. No había pasado todavía ni un cuarto de hora de partido y ya había recibido dos entradas con dureza. Ni se inmutó Neymar, que estaba dispuesto a completar su primera gran obra.