El lío de las entradas vivió un epílogo a las puertas del Alfredo Di Stéfano. Por un lado, algún aficionado blanco estaba dispuesto a pasar alguna localidad a los visitantes. En las taquillas no se vendían individualmente, aunque alguno aseguraba que sí, que la había comprado justo allí. A saber.

El caso es que el medio millar de aficionados blanquiverdes estuvo repartido por todo el estadio. Y, una vez más, dando una lección de lo que es una afición entregada. Ni tan siquiera el 3-0 a la media hora de juego provocó un decaimiento en las ganas de empujar a los suyos. Incluso se podía oír en el descanso algún comentario del tipo "llámame loco, pero me da que hoy no perdemos, que remontamos". El problema, como se vio posteriormente, no era de salud mental, sino de actitud sobre el verde. Y así, imposible. Aun reconociéndo el gran fallo de su equipo los allí presentes nunca dieron su brazo a torcer, como dando a entender que, si se perdía, a ellos nunca habría que ponerles reparo. Y lo cumplieron a rajatabla. Para colmo, el debú de Paulinho pareció celebrarse con victoria, por lo que no se pudo evitar, a veces, cierto cachondeíto. Llamó la atención la ausencia de celebración por parte de Morata, que luego en Twitter explicaría sus vínculos sentimentales con Córdoba, deseando a su equipo de fútbol que esté pronto en Primera. Detalle de crack también fuera del campo.

Vuelta en autobús para la mayoría. Los menos, en AVE. Y allí, tiempo para la reflexión, aceptando la derrota con varios asteriscos y preocupación más por el futuro a medio plazo que por el pasado cercano. "Si se puede perder tío, pero no es normal hacerlo de esta manera; sobre todo cuando hace una semana contra el Almería el equipo estuvo bastante bien", comentaba Pedro, que había hecho viaje relámpago con su novia. "Y lo que viene... Puff. Es que ya se ha convertido esto más en cuestión de fe, de creer, porque si lo piensas, la cosa se está poniendo muy negra". El arco iris que le recibió en Córdoba decía lo contrario.